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El Papa lamenta que «desde nuestro orgullo juzgamos a los demás e incluso a Dios»

Pone deberes a ochenta mil fieles: «Hoy, al volver a casa, leed el capítulo 9 de San Juan»

El Papa lamenta que «desde nuestro orgullo juzgamos a los demás e incluso a Dios» efe

juan vicente boo

Con afecto pero con toda claridad, el Papa advirtió a más de ochenta mil personas durante el rezo del Ángelus que «A veces nos comportamos como los doctores de la ley. Desde lo alto de nuestro orgullo juzgamos a los demás ¡e incluso a Dios!». Era una nueva invitación a no ser «jueces implacables», como ya escribió en «La alegría del Evangelio». El Papa no quiere cristianos intolerantes.

El Santo Padre comentaba el Evangelio de la curación de un ciego de nacimiento, que desencadena un despiadado interrogatorio del ciego y de sus padres por los doctores de la ley. En su reacción airada contra un milagro clarísimo «hacen de todo para negar la evidencia. Ponen en duda la identidad del hombre curado, niegan que la curación sea de Dios con la excusa de que no actúa en sábado, llegan a dudar que el hombre naciera ciego. Al final su cerrazón se vuelve agresiva y expulsan del templo al hombre curado».

Era un caso claro de traición a Dios por parte de quienes se proclamaban expertos en enseñar su ley, y el Papa no sólo fue comentando todos sus aspectos de falta de humanidad sino que, como hace con frecuencia, puso «deberes» a los fieles para que aprendan a descubrir este tipo de síndromes de «ceguera interior».

Con toda sencillez el Papa les rogó: «Hoy, al volver a casa, leed el capítulo 9 del Evangelio de San Juan. Os hará bien. Así veréis el camino bueno, que va de la ceguera a la luz, y el camino malo de esa gente que cae en la ceguera». Al final del encuentro, cuando se despedía, volvió a repetirlo: «No os olvidéis. Al llegar a casa, leed el capítulo 9 de San Juan».

El Papa, que había recibido el sábado a varios millares de ciegos y sordomudos en audiencia especial, comentó el extraordinario camino hacia la fe del ciego del Evangelio, que pasa por etapas de saber sólo que ha sido curado «por alguien llamado Jesús» hasta confesar la fe en el Mesías.

Los encuentros del Papa con los fieles, que sorprenden por la extraordinaria afluencia de personas, van ganando en incisividad. El Papa hace preguntas, obliga a examinar las propias actitudes, pone deberes y dice con frecuencia cosas duras. Pero los fieles sintonizan con él, reaccionan en fracciones de segundo y con frecuencia muestran su aprecio por los comentarios exigentes agradeciéndolos con un aplauso.

El entusiasmo de los españoles se notó en los saludos del Santo Padre a los peregrinos de Ponferrada y Valladolid, y los estudiantes y profesores de colegios de Leganés, Murcia, Castelfranco de Córdoba. La cita de cada domingo se convierte en un encuentro de familia. Al final, los fieles se van visiblemente alegres y el Papa también.

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