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educación

Alumnos asiáticos: máquinas de estudiar

ABC visita uno de los institutos de Shanghái que lideran el informe Pisa. Sus alumnos estudian desde las 8:00 de la mañana hasta las 9:30 de la noche

Alumnos asiáticos: máquinas de estudiar pablo m. díez

pablo m. díez

Hijo único de dos funcionarios del Gobierno, el adolescente Cai Zhendong estudia en el instituto público Jincai de Shanghái, uno de los que han participado en las pruebas del informe PISA de educación que ha evaluado a medio millón de estudiantes de 65 países. Como en 2009, los alumnos de esta ciudad china han vuelto a obtener los mejores resultados del mundo en sus tres categorías: matemáticas, lectura y ciencias.

Tan sobresaliente logro se explica perfectamente a la vista de la vida que llevan los escolares chinos como Cai Zhendong, que parece más propia de una cárcel o un cuartel que de un colegio. Interno a sus 16 años en el instituto Jincai, se levanta de lunes a viernes cuando suena la campaña del centro a las seis y media de la mañana. Tras hacer la cama de la litera con pupitre que ocupa en un cuarto compartido con otros cinco estudiantes, asiste a las siete a una clase de 20 minutos para repasar y preparar el día antes de desayunar. Con edades comprendidas entre 16 y 18 años, los alumnos de los institutos chinos estudian nueve asignaturas: matemáticas, física y química, literatura, inglés, geografía, historia, biología, política y tecnología, más otras materias optativas como dibujo, música o ajedrez.

Masajes y ejercicio diario

A las ocho empiezan las cinco clases de la mañana, que duran 40 minutos y se compaginan con media de hora de ejercicios físicos en los que participan los 1.500 alumnos del instituto, que inundan el campo de césped del instituto. Pero, cuando la contaminación está tan alta como estos días, en los que una espesa niebla cubre la ciudad y oculta el «skyline» con los futuristas rascacielos de Pudong, hacen deporte en el gimnasio.

A partir de las doce y cuarto, tienen 45 minutos para almorzar en el comedor y luego media hora de descanso antes de retomar las tres clases de la tarde hasta las cuatro , que vuelven a intercalar con otra sesión de deporte de 25 minutos y unos ejercicios de relajación en los que se masajean las sienes para evitar la fatiga en los ojos.

A las cuatro y diez acaban las clases, pero eso no significa que los alumnos terminen el estudio ni abandonen el aula, ya que hasta las cinco se imparte alguna asignatura optativa. En el caso de Cai Zhendong, ha elegido experimentos químicos.

La cena se sirve a las cinco de la tarde y, una vez terminada, los escolares vuelven al aula a las seis para ver el telediario vespertino de la televisión estatal CCTV , auténtico lavado de cerebro de la propaganda del régimen. Tras recibir durante una hora su dosis diaria de ideología comunista «con características chinas», permanecen en el aula estudiando hasta las nueve y media de la noche. En ese momento regresan a los dormitorios y tienen media hora para ducharse antes de que se apaguen las luces a las diez.

Sábados, clases de refuerzo

Para impedir que los chavales charlen o jueguen hasta altas horas de la madrugada, un vigilante recorre las habitaciones, pero Cai Zhendong asegura que, al final del día, «estamos tan cansados que caemos dormidos enseguida y ni siquiera hablamos entre nosotros». Los fines de semana regresa a casa con sus padres y aprovecha para «dormir más y acumular horas de sueño para la semana», pero también debe hacer tareas. Además, la mayoría de los estudiantes chinos, internos o no, tienen los sábados y domingos repletos de clases privadas de refuerzo.

«La educación se toma aquí más en serio que en Occidente porque hay tanta gente en China que la competencia para conseguir un trabajo es muy dura», compara Tian Hong, la profesora de matemáticas de Cai Zhendong. Con 31 años de experiencia, asegura que «la enseñanza china ha pasado de basarse sobre todo en la memorización a buscar más la motivación y participación del alumno», al menos en Shanghái, que desde hace dos décadas controla su propio sistema educativo y tiene unos libros de texto distintos a los del resto del país. Pero, aun así, reconoce que «las clases en China no pueden ser muy participativas porque tenemos una media de 45 estudiantes por aula y muchas materias que enseñar». A tenor de la maestra Tian, «los alumnos no vieron muy difíciles los exámenes de PISA porque se parecían a los que vienen haciendo en nuestros colegios, donde intentamos explicar las matemáticas con aplicaciones a la vida cotidiana para hacerlas más digeribles».

Más estrictos que en Europa

Con ella coincide el director del instituto, Wang Conglian, quien cree que «la educación china es más estricta que en Estados Unidos y Europa». A su juicio, la clave del éxito chino es que «los profesores tienen e imponen mucha disciplina y trabajan en grupo para preparar las materias». Consciente de las críticas al sistema educativo chino por no fomentar la creatividad del alumno ni dejarle tiempo libre, señala que «estamos mejorando nuestro método para darle más importancia a la individualidad siguiendo los consejos de colegios americanos y europeos, que también quieren aprender de nosotros porque su enseñanza allí es más relajada».

Fundado en 1996 por las donaciones del hijo de Ye Jincai, un rico empresario de la provincia de Jiangsu que emigró a Taiwán durante la Guerra Civil (1945-49), este instituto público es uno de los diez primeros en las notas del «gaokao», la Selectividad china que determina el acceso a la Universidad. En un país tan masificado como este, su importancia es tal que marca la vida de los estudiantes, presionados por unos padres obsesionados con que sus hijos estudien una carrera que les ayude a encontrar un buen trabajo. Junto a otros 28 «centros clave», el instituto Jincai ha sido elegido por su excelencia entre las 300 escuelas superiores de Shanghái por el Gobierno local, que le dedica una atención especial en sus presupuestos, como se ve en sus modernas instalaciones.

Clases «normales»

Según el director Wang, los responsables del informe PISA seleccionaron las escuelas de Shanghái que participaron en la última evaluación y su instituto escogió dos clases «normales» de alumnos de 15 años. Conociendo el afán propagandístico chino, resulta difícil de creer. Para esta entrevista, él y la maestra Tian nos presentan a dos alumnos modelo: el ya mencionado Cai Zhendong y su compañero Wu Tianli. Ambos se presentan, respectivamente, como Joe y Jerry, pero su inglés deja bastante que desear y son tan tímidos que hay que arrancarles las palabras con sacacorchos.

«Mi deber es estudiar»«Ahora estoy en la escuela y mi responsabilidad es estudiar», musita, apenas inteligible, Joe, que quiere estudiar alguna ingeniería. A Jerry, en cambio, le gustan tanto los números que en su tiempo libre, cuando no está «empollando», se dedica a leer libros como «Matemáticas divertidas», cuyo título ya suena a ecuación irresoluble.

Tanto Joe como Jerry quieren ir a la Universidad de Fudan porque «es la mejor de Shanghái» y luego cursar algún Máster en el extranjero. Con la mirada esquiva y los ojos apagados, carecen de la chispa que se le presupone a todo adolescente y no sonríen en ningún momento. Más que estudiantes brillantes, Joe y Jerry parecen robots, máquinas de estudiar.

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