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Un jesuita humilde que busca la compañía de los necesitados

El cardenal Bergoglio, principal rival de Joseph Ratzinger en el Cónclave de 2005, siempre ha preferido la sotana negra a la púrpura y ha predicado la justicia social

Un jesuita humilde que busca la compañía de los necesitados reuters

j. v. boo/ m. á. barroso

Fuera de las listas de papables que han circulado con profusión durante los últimos días en los medios de comunicación, a pesar de que en el Cónclave de 2005 fue el principal rival de Joseph Ratzinger en todas las votaciones, al arzobispo de Buenos Aires no se le ha subido la púrpura a la cabeza. Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 17 de diciembre de 1936) es hijo de un inmigrante italiano obrero ferroviario. Después de diplomarse en Química entró en el noviciado de los Jesuitas y se ordenó sacerdote a los 32 años. Posteriormente amplió estudios en Chile, España y Alemania. Aunque forma parte de la Compañía de Jesús, reconoce que «algunas cosas me gustan y otras no».

Con sólo 35 años fue nombrado provincial de Argentina y, durante la dictadura, salvó a algunos de sus hermanos jesuitas secuestrados por la Junta militar. Nunca criticó a los militares en público, pero intercedía en privado, y logró salvar a muchos civiles, ganándose el respeto de las madres de la Plaza de Mayo. En 1980 dimitió del cargo de provincial en desacuerdo con la línea del padre Arrupe, que consideraba demasiado abierta a la teología de la liberación. Se retiró a un convento, reanudó sus estudios y pensaba trasladarse a Europa cuando el arzobispo de Buenos Aires, Antonio Quarracino, lo llamó en 1992 como obispo auxiliar.

Un pastor políglota y austero

En 1998 se convirtió en arzobispo y Juan Pablo II lo nombró cardenal en 2001 con el título de San Roberto Belarmino. Como reflejo de su austeridad, en aquel momento no se compró una nueva vestimenta, como suele ser habitual en estos casos, sino que ordenó arreglar la que usaba su antecesor. De 2005 a 2011 fue presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Habla italiano, inglés, francés, alemán y, naturalmente, español. El ser ítalo-argentino le hacía papable en 2005, pero tenía en su contra ser el primer Pontífice iberoamericano y el primero de la Compañía de Jesús. Dos listones que Bergoglio ha saltado ocho años después.

Aunque trabajaba en el palacio arzobispal, vivía solo con la máxima frugalidad en un pequeño apartamento al lado de la catedral de Buenos Aires, donde solía acudir a confesar. Desde la ventana de su piso fue testigo de la violencia que se vivió en la Plaza de Mayo durante la crisis financiera y política de diciembre de 2001 que desembocó en el «Corralito». Indignado, llamó al ministro del Interior para pedirle que diera instrucciones para que los agentes diferenciaran entre activistas y ahorradores que reclamaban por sus derechos. En 2004, tras la tragedia de la discoteca Cromañón del barrio de Balvanera (Buenos Aires), donde un incendio acabó con la vida de casi 200 personas, recorrió los hospitales de la ciudad para acompañar a los familiares de las víctimas.

Momentos difíciles

Se acuesta y se levanta muy temprano. Siempre ha preferido, en la medida de lo posible, vestir la sotana negra de sacerdote en lugar de mostrar la púrpura de cardenal. Su sede de Buenos Aires ha pasado momentos políticos y económicos difíciles, en los que Bergoglio mantuvo las distancias con los sucesivos políticos al tiempo que predicaba el mensaje de justicia social de Juan Pablo II. «La deuda social es inmoral, injusta e ilegítima», dijo en un discurso sobre la pobreza. «Los más pobres, para los suficientes, no cuentan».

Celebra los oficios de Jueves Santo con los necesitados, lavando los pies a enfermos de los hospitales, presos de las cárceles o mendigos de los refugios. Este perfil explica por qué ha tenido tantos apoyos en los dos últimos cónclaves hasta llegar a ser el sucesor de San Pedro.

Poco amigo de las apariciones en los medios, ha tratado de mantener un bajo perfil público. Fue de los pocos cardenales que cuando llegó a Roma para la elección del Papa no se subió a vehículos oficiales. Aunque goza de buena salud, sufre problemas respiratorios tras la pérdida de un pulmón en una intervención quirúrgica. Preocupado por la educación, una de sus prioridades ha sido dedicar los esfuerzos de la iglesia argentina a los centros educativos y no solo a los concertados católicos.

El nuevo Papa es un amante de los autores clásicos, disfruta del tango y no oculta su pasión por el fútbol, en especial por el San Lorenzo de Almagro. Parece lógico al haber nacido en un país donde el fútbol ha inspirado, incluso, una «iglesia maradoniana». El equipo de sus amores fue fundado por el padre Lorenzo Massa en 1908. El centenario se conmemoró con una misa oficiada por él. En distintos actos recibió camisetas de los jugadores y hasta el carné de socio. Él mismo recordó que su padre fue jugador de baloncesto en el club Boedo, por lo que frecuentaba las instalaciones del Cuervo, sobrenombre del San Lorenzo.

Lector de clásicos

La prensa argentina destaca que, en sus homilías, ensalza el sentido de la patria y las instituciones, y es un apasionado lector de Dostoievski, Borges y otros autores clásicos. Es miembro de las congregaciones para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, para el Clero, para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica; del Pontificio Consejo para la Familia; de la Pontificia Comisión para América Latina.

Como se apuntaba al principio, su nombre jamás sonó entre los papables de este Cónclave , pero Bergoglio fue muy protagonista en el que se clebró en 2005 para nombrar sucesor de Juan Pablo II. Según se supo unos meses después de la elección de Benedicto XVI , el cardenal Ratzinger fue abrumadoramente favorito desde el principio y ganó votos en cada escrutinio hasta superar, en el cuarto, el listón de los dos tercios.

La gran sorpresa es que su rival más cercano no fue el cardenal Martini, sino el también jesuita Bergoglio, en quien se concentraron los votos del frente opositor a Ratzinger. Igual que el entonces cardenal Decano, Bergoglio fue ganando apoyos en los tres primeros escrutinios, pero insistió en pedir que no le votasen y dio a entender que no aceptaría ser Papa, por lo que, a la cuarta votación, el desplazamiento de parte de su base elevaba a Ratzinger hacia el Pontificado. Eran las cinco y media de la tarde del martes 19 de abril de 2005. Los cardenales electores rompían en un gran aplauso y el recién elegido bajaba la cabeza, doblegado por el peso de la tarea.

El relato publicado septiembre de 2005 en la revista bimensual de geopolítica «Limes» se basó en el diario escrito por uno de los participantes en el Cónclave, probablemente italiano a juzgar por sus comentarios y los errores en los nombres de algunos cardenales iberoamericanos. Aunque no se revela su identidad, los vaticanistas de los principales diarios italianos valoraron la información como solvente.

A las seis de la tarde del 18 de abril, tras la primera votación, una «fumata negra» confirmaba un primer escrutinio sin que ningún candidato superase los dos tercios de los votos. Fuera de la Capilla Sixtina nadie imaginaba que el resultado era sorprendente. Carlo Maria Martini, abanderado de los opositores a Ratzinger, no había quedado segundo, sino tercero, y su imagen se desvanecía ante la de Bergoglio, el hombre tímido y sencillo que llevaba varios días intentando, sin éxito, hundir su propia candidatura.

De sorpresa a realidad

Durante el pre Cónclave, su portavoz, Guillermo Marcó, repetía que Bergoglio «no considera posible de ninguna manera» el ser elegido. La retirada de Bergoglio parecía reforzar las posibilidades de los otros iberoamericanos favoritos: el hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga o el brasileño Claudio Hummes. Como se esperaba, Ratzinger, con 47 votos, encabezó el escrutinio, pero todo lo demás fueron sorpresas. El segundo fue Bergoglio, con 10 votos; seguido de Martini con 9, el vicario de Roma; Camillo Ruini, con 6, y el secretario de Estado Angelo Sodano con 4.

El autor del diario escribió: «Lo miro mientras va a depositar su voto en la urna sobre el altar de la Sixtina. Mantiene la mirada fija en la imagen de Jesús que juzga las almas al final de los tiempos. Su rostro refleja sufrimiento, como si implorase: Dios mío, no me hagas esto». El segundo escrutinio concluye con un 65-35 a favor de Ratzinger, mientras el tercero arroja 72 a 40. En la pausa del almuerzo del martes 19, Bergoglio volvió a insistir en que no se consideraba candidato. Poco después, la primera votación de la tarde terminaba en 84-26. Era, por fin, la «fumata blanca». Un humo que ayer anunció que el segundo de 2005 ha sido el primero de 2013.

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