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OBESIDAD

¿Por qué no pierdo peso con una dieta que funciona en los demás?

Cada persona tiene un genoma único, por lo que el efecto que provoca una dieta difiere según el individuo

M. LÓPEZ

Como ya han demostrado infinidad de estudios, tanto el ejercicio físico como la alimentación saludable son muy beneficiosos para el organismo. Sin embargo, y si bien el ejercicio parece tener un efecto positivo en todas las personas, no siempre sucede así con la alimentación. Es decir, el que una dieta ayude a un individuo a perder peso no significa que también vaya a funcionar en otra persona. Y esto, ¿a qué se debe? Pues simplemente, a que dado que cada persona tiene una composición genética distinta, el efecto que tiene una dieta específica sobre cada individuo es asimismo diferente. Así lo muestra un estudio dirigido por investigadores de la Universidad Estatal de Carolina del Norte en Raleigh (EE.UU.), en el que se incide en la necesidad de que las dietas, dado que no tienen un carácter universal, sean individualizadas para cada persona.

Como explica William Barrington, director de esta investigación presentada en la Conferencia Genética 2016 de la Sociedad de Genética de América (GSA) que se está celebrando en Orlando (EE.UU.), « hay una generalización errónea sobre los beneficios o riesgos para la salud asociados a ciertas dietas concretas . Pero como muestra nuestro estudio, el impacto de la dieta depende de la composición genética del individuo que sigue esa dieta, lo que implica que las dietas óptimas difieren en función de cada persona».

Tú adelgazas, yo engordo

En el estudio, los autores diseñaron un modelo animal –ratones– de diversidad genética. Y para ello, utilizaron cuatro grupos de ratones con genomas diferentes. Es decir, los ratones de un mismo grupo compartían los mismos genes –representando así el genoma de una única persona–, pero los pertenecientes a dos grupos distintos presentaban diferencias genéticas similares a las que se pueden encontrar entre dos seres humanos no emparentados.

Los animales de cada uno de los grupos fueron seleccionados para seguir, durante un período de seis meses, una dieta occidental, una dieta tradicional japonesa, una dieta mediterránea, una dieta cetogénica –esto es, con una restricción total de carbohidratos y un alto contenido en grasas– o una dieta con comida estándar para roedores –grupo control–. Todos los ratones eran libres de comer cuanto querían, si bien los investigadores anotaron minuciosamente las cantidades de comida ingeridas por cada animal.

En definitiva, el estudio permitió evaluar el efecto de cada tipo de dieta en cuatro modelos genéticos diferentes. ¿Y qué pasó? Pues que la respuesta a cada dieta difirió, y mucho, según la composición genética de cada animal –o más exactamente, de cada uno de los cuatro grupos de animales.

Por ejemplo, y en el caso de la denominada ‘dieta occidental’, caracterizada por un elevado contenido en grasas y carbohidratos, los animales de tres de los grupos padecieron los efectos nocivos de esta forma ‘poco saludable’ de alimentación. Concretamente, los animales desarrollaron obesidad, hígado graso e hipercolesterolemia, si bien el grado de afectación varió notablemente en función de cada grupo. Por el contrario, los ratones del cuarto de los grupos no experimentaron ningún efecto negativo asociado a este tipo de dieta.

Asimismo, todos los animales que siguieron la dieta cetogénica experimentaron una mayor quema de calorías. Sin embargo, los ratones del grupo en el que la dieta occidental no se asoció con ningún perjuicio desarrollaron obesidad y presentaron signos de síndrome metabólico con esta dieta cetogénica.

Como apunta William Barrington, « los resultados muestran que las causas para la obesidad son diferentes. Es cierto que algunos animales que seguían una dieta específica simplemente ingirieron un mayor número de calorías, lo que provocó que desarrollaran obesidad. Sin embargo, algunos animales sometidos a otras dietas comieron muy poco y, aun así, también se convirtieron en obesos» .

La culpa es de los genes

Por tanto, las dietas no tienen un carácter universal: no funcionan igual en todas las personas, por lo que no puede esperarse que siempre induzcan un beneficio. Por el contrario, y dependiendo de los genes, pueden llegar a provocar un efecto muy negativo. Y llegados a este punto, ¿debe esperarse que esto suceda así también en los humanos?

Como refiere el director de la investigación, «dada la similitud metabólica y genética entre los ratones y los seres humanos, es altamente probable que el nivel de diversidad en la respuesta a la dieta observado en nuestro estudio también se aplique a los humanos. Así, y dado que existen distintas dietas óptimas para cada individuo, necesitamos llevar a cabo una nutrición de precisión, lo que permitiría identificar los patrones dietéticos óptimos para cada persona».

Tal es así que los autores ya han puesto en marcha un nuevo estudio para identificar los genes y mecanismos biológicos implicados en la variabilidad de la respuesta a las dietas.

Como concluye William Barrington, « nuestra visión sobre la dieta ha permanecido invariable a lo largo de los últimos 100 años, en los que hemos asumido que existe una dieta óptima para todos. Pero ahora hemos observado que esto no es así . Creo que en el futuro seremos capaces de identificar los factores genéticos implicados en la variabilidad de la respuesta a las dietas, por lo que podremos usar estos factores para predecir esta respuesta en los seres humanos».

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