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FINAL DE TWIN PEAKS

Las escrituras sagradas de Lynch

No deja de ser sorprendente que muchos encuentren sentido a esta historia que no sé si es más calderoniana o más de ‘Los Serrano’

Rosa Belmonte

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El escritor Tibor Fischer decía de Martin Amis: “Se le ha metido en la cabeza que puede escribir cualquier cosa y ser venerado como Moisés con las tablas”. A David Lynch quizá le pase algo parecido. En todo caso hace lo que le da la gana. Tiene quien se lo permita (Showtime) y quien se lo alabe (su público fiel, sus adeptos). Una vez, Salvador Dalí quiso que en El Taxidermista de la barcelonesa Plaza Real le embalsamaran 200.000 hormigas. No pudo ser. A lo mejor Showtime habría buscado la manera. Citar a Dalí no es casualidad aquí. Muchas de las imágenes vistas en la tercera temporada de ‘Twin Peaks’ podían estar ideadas por el pintor catalán que imaginó los sueños de Gregory Peck en ‘Recuerda’ (paredes llenas de ojos, hombres sin cara, paisajes imposibles…).

A la peculiaridad del ‘Twin Peaks’ original se ha añadido la locura de esta nueva entrega. Incluso sin contar el alucinógeno capítulo octavo. Más que nunca en la obra de Lynch se hace necesaria una hermenéutica para interpretar las escrituras sagradas del director porque una acaba como Lorca con Rubén Darío. Lynch dice “acanto” y “canéfora” y yo sólo entiendo “que”. Al lado de esto, ‘Cabeza borradora’, ‘Carretera perdida’, ‘Mulholland Drive’ o ‘Inland Empire’ son lo más parecido a ‘Belinda’. ¿Pero qué más da? Hay gente que disfruta con la dificultad narrativa. También es verdad que es un producto nicho. La expectación generada, ha sido uno de los acontecimientos televisivos de la temporada, no se corresponde con la audiencia.

Al final de la serie (poco spoiler), el agente Cooper y alguien que no voy a decir viajan por la noche en un automóvil. La escena es larguísima. Y muy oscura. “¿Reconoce algo?”, pregunta Cooper a esa persona. ¿Pero qué demonios va a reconocer si no se ve nada? Esa oscuridad no es consustancial a la serie, aunque tampoco sea clara. No sólo no es oscura sino que se reconoce casi todo. Sobre todo a la gente que ya conocíamos. A Audrey (¿eso qué era, ‘El ángel exterminador’?), a Josie, a Lady Leño (bonita despedida), a Big Ed y a Norma (también bonito y lo más convencional de todo).

No deja de ser sorprendente que muchos encuentren sentido a esta historia que no sé si es más calderoniana o más de ‘Los Serrano’ (la vida es sueño). Otra cosa que se produce al final es un grito hipohuracanado. Como en los dibujos animados. Y lo cierto es que mucho de lo que pasa en la tercera temporada de ‘Twin Peaks’ es demasiado cercano a los dibujos animados. Gente que se desintegra, que desaparece… Cualquiera de esos sucedidos inverosímiles no nos parecen raros ni en los dibujos ni en la mitología de Lynch, que sigue sin parecerse a nada. “Albert, odio admitirlo pero no entiendo nada de esta situación”, dice Gordon (David Lynch) al personaje que interpretaba Miguel Ferrer. Lynch sabe que nosotros tampoco. Pero de eso se trata.

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