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Roger Moore: El primer James Bond con licencia para morir

El actor que pasó a la historia por interpretar siete veces al agente secreto entre 1973 y 1985 falleció a los 89 años víctima de un cáncer

Muere Roger Moore a los 89 años
Alejandro Díaz-Agero

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El MI6 ha otorgado su primera licencia para morir. El pasado martes 23 de mayo falleció Roger Moore , el James Bond más longevo (y elegante). Se fue un actor que conocía sus limitaciones y sus puntos fuertes, que se afanó en opacar las primeras y resaltar con fosforito los segundos. Apoyado en una pose firme que desprendía el inconfundible aroma de la clase más sofisticada, el intérprete británico se convirtió en un icono de la generación que bebió del cine de los 70 y los 80 al convertirse en la cara reconocible del agente 007 entre 1973 y 1985.

Lo anunció su familia en un escueto comunicado sin mayores alardes que la causa de su muerte: el cáncer. La noticia recorrió el espinazo de aquellos que crecieron con el rostro del agente 007 como una de las gotas de agua de aquel cine. Y no solo por lo reconocible que resulta Moore si se le enfunda un traje ajustado, sino por la icónica imagen de aquel hombre tan persistente en su sonrisa como preocupado por no lucir ni una sola arruga en su americana.

Fue tal su gracilidad para explotar esta faceta que, fuera de la gran saga creada por Ian Fleming , sus papeles más ilustres siempre obedecieron a un mismo requerimiento: Moore debía lucir engalanado para la cita más selecta. Es el caso de las series de televisión «El Santo» y «Los persuasores». En la primera, Moore dio vida entre 1962 y 1969 a Simon Templar , un hombre rico, modélico y culto que decide emular a Robin Hood y ayudar a los pobres. En la segunda era Lord Brett Sinclair, otro millonario preocupado por arreglar el mundo. El título honorífico de Sir que con el que le honorificó la reina Isabel II no hizo sino redondear una impoluta aura de caballero que nada ni nadie podía perturbar.

Un espía otoñal

James Bond llamó a su puerta a los 45 años, esa edad en la que unos envejecen hacia arriba (como George Clooney ) y otros hacia abajo. A Moore, que había nacido para ser un galán, que disfrutaba haciendo de la elegancia un arte, le sentó bien el traje de agente secreto: hasta la fecha, es el actor que más veces ha interpretado al personaje creado por Ian Fleming. En total, fue siete veces 007.

Moore llegó al MI6 con el difícil encargo de sustituir al gran Sean Connery, un peso que a ojos de la Historia nunca terminaría de quitarse. El primer Bond era enérgico, carismático, varonil; Moore, obligado a imponer su sello personal, a distinguirse, le concedió un porte más elegante, de hombre que prefiere perder su casa antes que la percha , siempre preparado para la foto, con la ceja en alto y con más cinismo que balas en la recámara.

Fue así, con ese estilo de gentleman, con su perfecta estatura y su aspecto atractivo, como sorteó todas sus limitaciones para el papel. No hacía lo que no sabía. Solía tener un doble para todas las escenas de acción y siempre intentaba que ellos fueran los que corriesen en las películas, pues creía que él lo hacía de una forma «rara». Puso de los nervios a varios directores por su pánico infantil a los disparos (de pequeño, su hermano le pegó un tiro con un fusil), algo que le obligó a repetir más de una secuencia.

Rogeer Moore como James Bond en «El hombre de la pistola de oro», de 1974 ABC

Su primer Bond fue el de « Vive y deja morir », por el que recibió buenas críticas. El villano al que se enfrentó en «El hombre de la pistola de oro», su segunda película en el papel, le venía como anillo al dedo: un hombre que mataba con una pistola de 24 quilates. A partir de esa entrega, y hasta su despedida en «Panorama para matar» (su peor trabajo en el MI6 según él mismo afirmaba), la saga coqueteó con los temores de la Guerra Fría : el pánico nuclear, la carrera espacial y el espionaje soviético. Entre medias, claro, nunca faltaron los romances del agente secreto. De hecho, el actor contaba que decidió dejar el papel cuando las chicas que seducía podían ser sus hijas. «Básicamente, era 400 años demasiado viejo para el papel», dijo. Con 57 años, fue el 007 que más tardó en retirarse.

En su vida real, Moore tenía algo del Bond seductor . El actor se casó hasta cuatro veces, ganándose los divorcios con romances de los que nacerían sus futuros matrimonios. A su segunda esposa la conoció en una escena digna del agente secreto. Era 1952 y el intérprete fue invitado a una fiesta que la cantante Dorothy Squires, una de las más populares en el Reino Unido, daba en su mansión. Moore quedó prendado de ella nada más entrar. Al final de la velada ya estaban juntos. «Apagó las luces, se sentó a mi lado y me besó», describió la propia cantante. Con ella, se mudó a Estados Unidos para prosperar en Hollywood, la tierra de las oportunidades.

Orígenes humildes

Pese a lo boyante del personaje que interpretó durante la práctica totalidad de su carrera, los orígenes de Moore están en la orilla opuesta. Su madre, Lillian Poe, fue ama de casa y su padre, George Moore, policía. Desde bien pequeño proclamó su inclinación por las artes escénicas. Empleó su adolescencia en trabajar en una compañía de interpretación y, en 1944, aprovechó el auspicio de un director de cine que vio en él el potencial necesario para llenar salas y rentabilizar producciones. El final de la Segunda Guerra Mundial se interpuso en su camino durante un breve periodo de tiempo: el de el último año de la contienda en la que, como Segundo Teniente, tuvo que aparcar todo para atender la llamada a filas de su país.

Como si la ayuda que le prestó Brian Hurst para poder iniciar el vuelo como actor hubiese influido de manera trascendental en su manera de ver el mundo –quien sabe si por ello aceptaría los dos papeles que le profirieron la fama en televisión–, cultivó su filantropía trabajando junto a Unicef hasta el último de sus días. Y lo cierto es que pudieron llegar pronto: Moore esquivó la muerte en dos ocasiones antes de que ayer le alcanzara definitivamente. La primera fue cuando superó una complicada neumonía que le afligió cuando tenía cinco años; la segunda al sobreponerse a un cáncer de próstata que le fue extirpado en 1993. Incluso jugó con ella al entregarse sin reserva a los puros Montecristo a los que tenía acceso ilimitado por contrato en cada uno de los rodajes de la saga James Bond. Una vida que encuentran la perfecta definición de su discurrir en el título de la primera película en la que le tocó vestirse de agente 007: «Vive y deja morir».

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