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Hitchcock, el genio cruel al que le gustaba hacer cameos travestido

Puso carnaza en el abrigo de Tippi Hedren para que la picoteasen los pájaros, espió con un telescopio a Grace Kelly mientras intimaba con un hombre desde una ventana y otras maldades y manías del maestro del suspense

Lucía M. Cabanelas

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El siempre peculiar Alfred Hitchcock es mucho más que una obsesión convertida en arte por un documental de François Truffaut . El director fue un genio del suspense, pero también un hombre de impulsos frustrados que disfrutaba boicoteando la vida de actrices como Tippi Hedren .

El conocido universalmente como el maestro del suspense era un voyeur, y muchas veces rozaba lo perverso. Dio forma al cine moderno pero también r ompió los límites del séptimo arte imitando con su cámara la mirada de una persona . Porque el cineasta siempre supo hacia dónde ver y, sobre todo, hacia dónde quería que su público mirase. Sabía cómo hacer que la platea picase el anzuelo. Con sus «Macguffin» —término acuñado por él mismo— creó una atmósfera única; ideó un señuelo perfecto con el que daba dinamismo a la trama, y despistaba al espectador del argumento real de sus filmes.

El oficio nunca le supuso esfuerzo alguno. Acostumbraba a trasladar sus costumbres fuera del plató, manipulando la realidad para servirse de sus resultados como fuente de inspiración. Así lo hizo con Grace Kelly, la primera de sus musas rubias, que vivió en primera persona un casting muy especial, cuenta la ilustradora María Herreros en su recién publicado «Marilyn Monroe tenía once dedos en los pies y otras leyendas de Hollywood» (Lunwerg Editores, 2016), un original compendio de anécdotas y mitos que circulan sobre las estrellas de la meca del cine.

« Alfred observaba la intimidad de Grace con otro hombre desde el edificio de enfrente , con un telescopio, como en su filme 'La ventana indiscreta'», escribe. Y aunque, según Herreros, la que sería Princesa de Mónaco «voló de las garras del controlador Hitchcock », el director británico, lleno de rencor, jugaría con su nombre, y siempre que tuvo ocasión se refirió a ella como «Princess Disgrace» (Princesa Desgracia) . Ahí es cuando resuena el eco de una de sus frases, siempre jaleadas con su consabida flema: «La venganza es dulce y no engorda».

Como dijo Truffaut al otro lado del charco, el peso del catolicismo en el imaginario del genio «Hitch», en el que abundaban conceptos como la culpabilidad o el pecado original , aportaba más profundidad a su universo fílmico. Pero el entramado religioso en el que parecía inmerso el cineasta no solo realzó su obra, también alimentó su figura de fantasmas.

Criado en un ambiente de estricto catolicismo en Essex (Inglaterra), la fuerte moral religiosa de su familia y «el escalofriante vínculo enfermizo con sus padres» crearon complejos y obsesiones que volcó en sus películas y lo convertieron en el mayor exponente del thriller psicológico . Cuenta Herreros que Hitchcock, con una fobia a los uniformes cultivada por uno de los «escabrosos castigos de su padre (le mandó a comisaría con una carta para que le dieran un escarmiento en el calabozo), fue un «solitario niño que se refugiaba en manías personales como memorizar obsesivamente los horarios de los principales recorridos de tren de Inglaterra». Frustraciones que pagarían, además de su familia, las actrices que se atrevían a trabajar con el realizador.

«Siempre hay que hacer sufrir al público lo máximo posible», sentenciaba siempre que podía este perito del suspense. Una máxima que padecieron, sobre todo, los más cercanos al singular cineasta. Comenta la ilustradora en «Marilyn Monroe tenía once dedos en los pies y otras leyendas de Hollywood» que « a su hija Patricia la subió a una rueda de un barco a vapor, pidió al encargado que la girara hasta que la niña quedara suspendida en la parte más alta y la dejó allí hasta que sufrió un ataque de pánico», o que siempre que terminaba de tomar el té, arrojaba con desprecio y superioridad la taza y el platillo de porcelana por encima del hombro.

Pero quienes sufrieron, sobre todo, en carne propia los excesos de Hitchcock fueron sus actrices. Sus «sibilinas maneras y una vida convencional familiar» camuflaron durante mucho tiempo las excentricidades del director británico que, además de misógino, odiaba a las que se convertirían en sus musas, «a las que maltrataba de modo más o menos sutil» en sus cintas. No en vano, el título de su primer largometraje sería profético en muchos sentidos: «El enemigo de las rubias».

Tras la espantada de Grace Kelly, fue Tippi Hedren la que probó sus controladores métodos. La madre de Melanie Griffith, que también tenía sus particularidades, firmó ingenuamente con el cineasta un contrato de siete años y tuvo que aguantar las consecuencias de ser su «nuevo objeto de deseo obsesivo» y blanco de crueles bromas. «Sustituyó las aves mecánicas de 'Los pájaros' por verdaderas y escondió carnaza en su ropa para que fuera picoteada », cuenta María Herreros.

A Kim Novak le mandó un pollo desplumado para asustarla; a Robert Donat y Madeleine Carroll los esposó y «perdió», oportunamente, la llave . Según la ilustradora, medía el aguante de sus actrices metiéndose en su vida privada y las amilanaba enseñándoles su barriga lisa, sin ombligo tras una operación de estómago.

Durante años se ha especulado con el capricho de Hitchcock por aparecer travestido en alguna obra de su filmografía. Con una extensa trayectoria durante seis décadas tras la cámara y convertido en icono cultural por sus constantes cameos y el programa de televisión «Alfred Hitchcock presenta» , oportunidades no le faltaron para hacerlo. «Se supone que en 'Con la muerte en los talones', en el minuto 44, una mujer gorda con vestido turquesa y sombrero azul y blanco aparece en un tren », escribe Herreros. Ese sería el ambiguo genio del thriller psicológico. «Corren rumores de que hay metraje grabado de su personaje femenino», que incluso tendría diálogos.

El peculiar prisma con el que el director cambió el cine se somete ahora a la singular y genuina visión con la que esta ilustradora española retrata a dos docenas de personalidades de la meca del cine. Y, por si acaso, advierte: «Cuánto hay de verdad y cuánto de mito en cada una de estas historias, prefiero que lo decidáis vosotros».

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