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«Cézanne y yo», el arte como principio y final

Daniele Thompson reconstruye la amistad que unió al escritor Emile Zola con el pintor

Guillaume Gallienne y Guillaume Canet protagonizan el filme ABC
Alejandro Díaz-Agero

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Con la sesera de la industria afincada en Hollywood más seca que nunca, brillan por su escasez las películas con un guión plenamente original . La inspiración se esconde en las novelas, los hechos históricos o, muy especialmente, las producciones pasadas con relativo éxito que abren un espacio al «remake». También en los «biopics», recreaciones de la vida de personajes ilustres, como las recientes «Snowden» o «Stefan Zweig: Adiós a Europa».

La cineasta Daniele Thompson parece haber visto en dos artistas pretéritos, el pintor postimpresionista Paul Cézanne y el escritor Emile Zola , una oportunidad de trabajo. Más concretamente en su relación, macerada durante una amistad que se extiende hasta el medio siglo, con origen en el aula del colegio Bourbon de Aix-en-Provence que los juntó en 1852, y resuelta en «Cézanne y yo». No es, por tanto, un «biopic» al uso, aunque sí aglutina todos los ingredientes que conforman uno, disueltos en la excusa de repartir el foco sobre dos figuras.

Como evidencia el título, la directora narra la historia de Cézanne, un burgués hijo de banquero, desde la óptica del huérfano Zola, de familia pobre de inmigrantes. Su estatus lo igualará un elemento común en el gusto de ambos: el arte. Y en él se recrea Thompson, que lo introduce a través de ricas conversaciones que se mezclan con escenas de la niñez de los protagonistas , expuestas a modo de «flashbacks».

La fotografía, pieza troncal en un relato que se regocija en lo artístico, corre a cargo de Jean-Marie Dreujou . Mención aparte merecen los paisajes de la histórica región gala de la Provenza.

El carácter indómito del pintor, devuelto a la vida por Guillaume Gallienne , se ve alimentado por la frustración que le produce no obtener el reconocimiento que cree que merece en una lid a la que entrega su existencia. Su situación combina con la serenidad que Guillaume Canet impregna al escritor, quien sí logra vivir con el pecho hinchado por los elogios de sus colegas. La suya es una comunión idílica que se prorrogó durante toda una vida. Dos, para ser precisos.

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