El pastor (**): Un western sin apenas plomo
El personaje central, interpretado sin un gesto de más por Miguel Martín (lo mejor de la película), se va abriendo poco a poco camino en el corazón del espectador con una medida mezcla de tozudez y dignidad
Argumento clásico de western (a un honrado y solitario ganadero le quieren quitar sus tierras los caciques del lugar) reconvertido aquí en un filme de corte social y de ambiente mesetario y rural. Tanto el director, Jonathan Cenzual Burley, como su película tienen la gran virtud de ir a más, de convertir lo que empieza con un naturalismo plomizo (el pastor y sus ovejas, y sus vinos, y su muermo vital) en un relato que crece en pulsión dramática, en emoción y en dibujo vil de la naturaleza humana.
El personaje central, interpretado sin un gesto de más por Miguel Martín (lo mejor de la película), se va abriendo poco a poco camino en el corazón del espectador con una medida mezcla de tozudez y dignidad. Cuesta más, en cambio, aceptar en esa vida despojada y baldía del pastor (que nos la muestra el director sin aderezos, a puro aburrimiento) la entrada de «los malos», ya retratados más de acuerdo con el molde habitual y dentro de los comportamientos tópicos, como la especulación, la amenaza y unas acciones imaginables. Aunque los dos mundos, las dos temperaturas, tienen un cierto equilibrio al no haber grandes explosiones ni emocionales ni de suspense, y sus lecturas sobre la soledad, la codicia o la supervivencia ante el progreso en la España de interior sean un poco de manual.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete