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John Wick: Pacto de Sangre

El chico Neoexótico de Hollywood

Un día samurái, otro el novio imposible de Diane Keaton y otro el punto filipino en un film del modernuqui Winding Refn

Keanu Reeves protagoniza «John Wick: Pacto de sangre»
Oti Rodríguez Marchante

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Aunque instalado en el ecosistema antinatural de Hollywood, Keanu Reeves siempre ha sido visto allí como uno de los ejemplares más raros de su fauna y flora, una especie de jerbo de orejas largas tan en peligro de extinción como de ignición . En las dos o tres primeras líneas de su biografía hay tal cruce de cables que merecen la pena ser leídas dos veces: es un canadiense nacido en Beirut, de madre inglesa y de padre chino hawaiano, y que vivió su niñez y adolescencia en Australia, Nueva York y Toronto. Y a esa mixtura de sangre, geografía, raza y cultura le añadió el propio Reeves un particular movimiento de coctelera, tanto en lo físico como en lo espiritual, que lo adaptó para el cine con tantas virtudes de acomodación como las del arroz a la gastronomía.

Tan útil y adecuado para hacer de héroe como de antihéroe , para el cine romántico y el escabroso, para lo postmoderno y lo de siempre, para la carne y el pescado. Un día samurái, otro el novio imposible de Diane Keaton y otro el punto filipino en un film del modernuqui Winding Refn.

Por darle el equilibrio de los tres puntos de apoyo a su filmografía, podríamos entresacar de ella tres momentos clave: su aparición, en 1991, en la película de Gus Van Sant «Mi Idaho privado», en un personaje de joven «chapero» junto a River Phoenix en una historia llena de pasión y sordidez sexual.

En 1994 protagonizó «Speed: Máxima potencia», una aventura imparable sobre un autobús con bomba y con Sandra Bullock que tuvo gran éxito mundial. Y a finales de esa década, en 1999, Keanu Reeves encarnó a Neo en «Matrix» , una película considerada «de culto» y sin la cual no se entendería el mundo virtual en que vivimos (tampoco los tres cuartos falderos de Miguel Bosé ni las contorsiones a cámara lenta de Mariano Rajoy). Esa década de los noventa sostiene con solidez la figura del actor, con su mejor terna (y terno) interpretativa: lo sórdido y equívoco, lo romántico y lo postmoderno.

Tanto la vida privada de Keanu Reeves como la profesional ha tenido otros muchos subrayados, desde el rumor de su boda en 1994 con el magnate discográfico David Geffen, a la muerte en accidente de Jennifer Syme, su pareja, tras la trágica pérdida del bebé que esperaban, o sus éxitos en películas de Kathryn Bigelow («Le llaman Bodhi»), de Coppola («Drácula, de Bram Stoker»), de Bertolucci («Pequeño Buda»), de Sam Raimi («Premonición»), o su encarnación del exasesino vengativo llamado John Wick del que ahora estrena su segunda parte.

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