No sé decir adiós (**): Familiar y deprimente
Deprimente historia de padre terminal, hijas dolientes y trasiegos emocionales sobre los abismos de las relaciones familiares, las heridas supurantes, los reproches y todo un horizonte que se acaba más o menos en la punta de la propia nariz
Aunque premiada en el Festival de Málaga, hay que encontrar ahora el modo de hincarle el diente a esta deprimente historia de padre terminal , hijas dolientes y trasiegos emocionales sobre los abismos de las relaciones familiares, las heridas supurantes, los reproches y todo un horizonte que se acaba más o menos en la punta de la propia nariz.
No es una película divertida, a pesar de que Juan Diego interprete a su anciano puñetero con cierta sorna. Tampoco es un drama lacrimógeno, a pesar de que las intensas interpretaciones de Nathalie Poza y Lola Dueñas, las hijas, sepan cómo crujirle las costuras a un relato que tanto se ve venir como se ve irse .
En fin, hay mucha franqueza en la mirada del director Lino Escalera, pero todo resulta tan triste, tan desquiciado y tan previsiblemente dramático , que uno no estaría a la altura de la franqueza del director, si no dijera el poco entusiasmo que le produce asistir a este tipo de «viajes». Ya se sabe lo socorrido que es ponerle esas cuatro letras juntas y malsonantes que anteceden a la palabra vida.
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