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Oh, victimismo

Nada más viejo que culpar al enemigo exterior

Luis Ventoso

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En esos libritos de autoayuda que venden en los quioscos de los aeropuertos los llaman «personas tóxicas». Un neologismo para catalogar al agonías de siempre , el clásico insoportable que culpa de todos sus problemas a los demás, a alambicadas conjuras contra él. Una víctima vocacional niega toda responsabilidad personal. Si un día pisa una bosta en un prado culpará a la vaca por no avisarle.

A veces algunos gobiernos y países incurren también en la mentalidad de víctima. La desastrosa dictadura cubana, arsénico para la economía, se ha agarrado toda su vida a la excusa del embargo para no asumir que una satrapía comunista es una máquina de pobreza. Franco esgrimía la luciferina conjura judeo-masónica. Hitler culpaba de todo a las potencias que había ganado la Primera Guerra Mundial y a los judíos. Los sultanatos árabes recurren a Israel como cortina de humo para justificar el desdoro de que a pesar del petróleo han sido incapaces de crear unas economías mínimamente integradoras y creativas. Daesh perpetra salvajadas dantescas, pero la culpa es del «Gran Satán», América.

Victimismo a saco y por doquier . Los futbolistas maluchos alegan que «la hierba tenía mucho césped». Los ciclistas dopados pretextan que una mano negra les echó EPO en el Nesquik, o que alguien trucó un chuletón. Si entrena Mourinho, ejemplo de libro de personalidad tóxica, la culpa será siempre de sus jugadores.

A veces naciones y regiones también van de víctimas. Escocia las pasaría canutas sin el tirón de la locomotora inglesa, pero el nacionalismo escocés culpa de todo a los ingleses, que precisamente han posibilitado que vivan lo bien que viven. A su vez los ingleses descargan en el presunto ogro bruselense sus morriñas imperiales, su incapacidad para asumir que hoy solo son un (buen) país más. Entre los victimismos más tenaces y flipados figura el del separatismo catalán, que jamás ha aclarado este singular misterio: si Cataluña está perpetuamente triturada por España, ¿cómo es que se ha convertido en su región más próspera? Y hay más: ¿Cómo es que en el XIX a la gran víctima se le concedió un arancel del textil que asombró a Stendhal cuando visitó España por el tremendo agravio que suponía para las otras regiones? ¿Por qué millones de pobres del resto de España tuvieron que emigrar a una Cataluña teóricamente agraviadísima para encontrar allí una oportunidad? ¿Cómo es que esa región reprimida, cuyos exgobernantes separatistas van llorando por las redacciones anglosajonas, dispone de más autogobierno de facto que Gales, Escocia y los länder alemanes? Si España les sentaba tal mal, ¿por qué todas sus grandes empresas se han largado en cuanto le dieron la espalda y han preferido instalarse precisamente en el maléfico opresor?

Pero da igual. No se puede razonar con un arrebato sentimental. Aunque luminarias como Sánchez e Iceta no lo captan, es imposible dialogar con un adoquín. Solo cabe hacer valer la ley y proteger a la mayoría de la enajenación identitaria de una minoría, que si lo analizamos en serio no pasa del 30% de los 7,5 millones de catalanes.

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