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La venganza de Chirrín

Mientras Marjaliza o Correa largan para reducir pena, lo de Granados es puro teatro

Mayte Alcaraz

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Chirrín ha vuelto a la Audiencia. El juez le esperaba con algo más que su vómito reconcentrado desde 2011 cuando Esperanza Aguirre le mandó al Senado. Chirrín era el mote que le pusieron a Francisco Granados en su pueblo. Formaba con Mortimer (David Marjaliza) el grupo de los Villanos. Se repartieron Valdemoro como si fuera un queso manchego. El político adjudicaba y el constructor ponía el cazo, y de ese cazo comía grandes manjares Chirrín, infeliz copia del personaje de González Rojas.

Los Villanos tienen la soga penal al cuello. Sin embargo, lo de Marjaliza entra dentro de la lógica de una estrategia de defensa. El constructor ha ofrecido a la Fiscalía tirar de la manta y llevarse por delante a su examigo, si fuera necesario. Tan necesario ha sido que Granados le ha puesto una querella y le llama tipejo. Ha interiorizado que irá a la cárcel y espera reducir su condena. Los malos en un sistema tan garantista como el nuestro tienen esa ventaja: a cambio de tirar de la manta, y descubrir sus pies y los de sus conmilitones, rebajan sus años de trena. Los últimos en hacerlo han sido Ricardo Costa y Francisco Correa. Sin embargo, no es el caso de Granados. El exdirigente madrileño ha puesto el ventilador como su postrer desahogo sin previamente allanarse el camino con el fiscal para, tras cantar la Traviata, aminorar su horizonte penal. De hecho, el Ministerio Público es solo un convidado de piedra en esta venganza que sirve Granados en pequeñas porciones y en platos muy, muy fríos. Helados.

Conociendo su histórico vital y las hechuras del periodista de cabecera que le ayuda en la cocina para preparar la venganza, nadie esperaba que Chirrín sirviera exquisita cocina gourmet. Pero tampoco se podía sospechar tamaña estofa. Por eso, la Justicia ya ha tirado la toalla tras su último show, sabedora de que todo lo que destila es odio contra los «señoritos» a los que siempre miró con los ojos desclasados de quien se sabía tratado como un «paleto», según va contando por ahí. Pero cero colaboración con la Justicia, ninguna prueba, torpes parches exculpatorios anteayer a la bien construida información de mi compañero Javier Chicote, amenazas de querellas contra ABC, que se quedan en un juicio de faltas ante los pisotones que dio Chirrín a docenas de artículos del Código Penal... Paparruchas todo.

Solo queda hacerse una pregunta. Cuando Granados acabe de destilar tanta hiel que incluso patine sobre ella, cuente todos los chismes sobre la vida privada de sus excompañeros (abusando de que ellos generosamente no entrarán en la suya), ¿hará el favor de contarle a la Justicia por qué con un sueldo de 97.376 euros tenía un millón en el altillo de su suegro, una cuenta en Suiza y una vida de lujo sufragada por el «tipejo» Marjaliza? Luego ya, si eso, hacemos un Sálvame con las cámaras ocultas que tanto le gustaban a Chirrín en sus tiempos de consejero de Interior.

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