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La única guerra

Puigdemont y su entorno están comodísimos en el simulacro permanente, en el victimismo a distancia

Salvador Sostres

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Puigdemont es el alma del 155 y Esquerra sus vísceras. Puigdemont y su entorno están comodísimos en el simulacro permanente, en el victimismo a distancia, en la épica sin tener que pagar el precio. Esquerra no está en absoluto satisfecha con el tristísimo papel de estraza que le ha tocado, pero está tan acomplejada y tiene tanto miedo de decirle la verdad a sus votantes -como los padres que no se atreven a regañar a sus hijos porque temen que dejen de quererles- que acepta farfullando pero con resignación su rol demoledor: a veces parece que va a rebelarse, amaga con ello incluso con alguna declaración pública, pero al final se desdice y cede.

En este contexto es como mejor se entiende el aplazamiento de la investidura de Puigdemont que ha anunciado el presidente del Parlament, Roger Torrent: ganar tiempo dando las vueltas del perro antes de echarse a dormir; queremos soltar el lastre Puigdemont pero que no se nos note; siempre más complejo de inferioridad que voluntad; siempre más cobardía que política; y esa pirotecnia verbal de la democracia, la dignidad y los derechos cínicamente disparada contra España cuando la única guerra que realmente han librado Esquerra y Convergència desde la recuperación de la democracia es la que tienen entre ellos. Pujol despreció siempre a los republicanos, el tripartito fue la vengaza a este desprecio, y entre Junqueras y Mas, y posteriormente entre Junqueras y Puigdemont, ha habido no más que recelos, juego sucio -sobre todo por parte de los convergentes- y las tragaderas enciclopédicas de ERC.

Continúa la partida estrictamente local, puramente tribal entre Esquerra y Convergència. No es el Constitucional, ni el reglamento, ni los letrados de esta cámara o de aquella. Es el tam-tam del odio fraticida, es Puigdemont que alimenta el artículo 155 y su aplicación indefinida para continuar con vida, y es Esquerra que no osa decirle la verdad a sus votantes y permanece rehén de Convergència y de sus propias mentiras.

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