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Jon Juaristi

Trabalenguas

El frente secesionista catalán, metástasis del frente de Estella

Jon Juaristi

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La irrupción de ETA en el procés, a última hora y a través del manifiesto publicado por el diario abertzale Gara, desvela retrospectivamente el sentido de la escalada secesionista y, de modo muy particular, los motivos del frustrado mitin de la dirigente de la CUP, Anna Gabriel, en Vitoria, y de la presencia de Otegui en Barcelona. Se trataba de relanzar el Frente de Estella, articulando una nueva alianza de la izquierda abertzale con el PNV con el pretexto de apoyar a los independentistas catalanes contra el propio lehendakari Urkullu, que pretendía -en vano- alejar de aquéllos al nacionalismo vasco supuestamente moderado. Hoy ya sabemos que nunca ha existido un nacionalismo vasco moderado, así como que el procés ha seguido desde el primer momento una estrategia calcada del frentismo de ETA, es decir, la de una alianza de la extrema izquierda y del nacionalismo para expulsar de las instituciones vascas, navarras y catalanas a los partidos constitucionalistas (PP, PSOE y Ciudadanos), con la colaboración, en todo el territorio nacional, de Podemos y de lo que queda de Izquierda Unida (el caso de Gaspar Llamazares es tan marginal en su partido como el de Urkullu en el PNV).

En suma, el procés se revela como una etapa más de la agenda de ETA hacia la guerra civil y una etapa, sobra decirlo, orquestada por la propia ETA, la cual, lejos de extinguirse, como tanto imbécil se ha empeñado en afirmar, ha ido tejiendo su trama con la extrema izquierda (CUP, Podemos, Izquierda Unida) como lo hizo en su día con el chavismo. ¿Acaso nadie reparó en la simultaneidad de la inserción de los etarras en el aparato bolivariano con el comienzo de la financiación de Chaves a los futuros podemitas? En fin, menuda banda de mastuerzos estuvo a cargo de los servicios de inteligencia españoles bajo el zapaterismo.

Ahora, cuando la cosa ya no tiene remedio, cabe preguntarse por qué los catalanes no nacionalistas se han inhibido, quedándose en sus casas desde el mismo momento en que Rodríguez Zapatero comenzó a pactar con los separatistas de Esquerra. Los catalanes no nacionalistas no son cobardes. Su silencio y su ausencia son una protesta muda y sin esperanza ante un Estado que no los protege ni los va a proteger. ¿Contra quién? Contra los que pueden ser y serán, si las cosas no cambian, sus verdugos.

El terrorismo de ETA fue el escarmiento que aplicó el nacionalismo vasco a aquella parte de la población que se le oponía. ¿Por qué no existió nada semejante, con la salvedad del par de atentados de Terra Lliure, en Cataluña? Muy sencillo: las clases medias catalanas, nacionalistas y no nacionalistas, estaban ya escarmentadas, desde la guerra civil, por el terror anarquista. Al contrario de lo que sucedió en el resto de España, todos los matones anarquistas de Cataluña se salvaron de la represión franquista refugiándose en Francia. La clase media catalana, que puso los asesinados, nunca ha dejado de temer la vuelta o la reencarnación vampírica de los asesinos.

En In memoriam, el mejor poema escrito en catalán durante el pasado siglo, Gabriel Ferrater evocaba a dos figuras del Reus de la guerra civil, el tendero Subietes y el pistolero anarquista Oliva, jefecillo del comité revolucionario. Subietes fue asesinado por Oliva, que a punto estuvo de matar al padre de Gabriel Ferrater y al poeta mismo. Oliva terminó sus días en Ruan, donde trabajaba para los alemanes en una fábrica. Lo mató un bombardero británico. Pues bien, Oliva ha regresado, y los Subietes de Cataluña sospechan que el Gobierno no hará otra cosa por ellos que ofrecer el Cupo a la CUP. O sea, un trabalenguas: Setze jutges d’un jutjat…

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