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Isabel San Sebastián - El contrapunto

Tiranos

El «angelito» de once años había exigido a su esclava que le pusiera el desayuno, ella se había negado, y él, en represalia, estrelló contra el suelo un móvil de setecientos euros

Isabel San Sebastián

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Me declaro muy fan del juez Vázquez Taín , firmante de la sentencia que absuelve a una madre acusada por su hijo preadolescente de darle una bofetada. El «angelito» de once años había exigido a su esclava que le pusiera el desayuno, ella se había negado, y él, en represalia, estrelló contra el suelo un móvil de setecientos euros. Colmada una paciencia imagino que duramente probada en el desafío sistemático del pequeño dictador, la mujer no pudo contenerse y le propinó un cachete. El niño, apoyado por su padre, se fue muy digno a los juzgados, que esta vez, afortunadamente, le han quitado la razón. A saber cuántos rebeldes sin causa como él habrán logrado el amparo de otros togados menos dotados de sentido común que el aludido, y más dispuestos a seguir al pie de la letra un código civil recientemente reformado, imbuido de buenismo, que reparte derechos y obligaciones a razón de todos los primeros para el menor y todos los segundos para los autores de sus días.

Aclaro que mi experiencia de la maternidad es inmejorable; no sangro por ninguna herida. Tampoco recordamos, mis hijos o yo, incidente alguno de esas características ni motivos susceptibles de causarlo. Dicho lo cual, la mera posibilidad de que una colleja dada en un momento de exasperación hubiese podido llevarme ante un tribunal, exponiéndome a ser privada del contacto con ellos, me resulta tan aterradora como inaceptable. Y en la era de internet, cuando los chavales manejan desde la infancia más información que sus mayores sobre todos los asuntos de su interés, esa espada de Damocles, blandida con fuerza por cualquier tirano dispuesto a someterlos por la fuerza, pende sobre ellos de manera implacable, mermando gravemente su autoridad, su capacidad de actuación y desde luego su felicidad. «¡Como me toques, te denuncio!» Conozco personalmente a más de un buen padre destrozado al oír semejante amenaza proferida por su propio hijo.

Porque el legislador, en su infinita biempensantía, ha tenido a bien disponer que los progenitores estén obligados a proveer alimento, techo, educación, dinero de bolsillo, cuidados y atención a sus hijos, prácticamente sin límite de edad, aunque solo reciban a cambio indisciplina, vagancia, coacción y rebeldía. Incluso los declara responsables económicos de los actos perpetrados por sus vástagos, si es que alguno deriva en sanciones pecuniarias. ¿Y qué instrumentos pone en sus manos la ley para ayudarles a cumplir semejante tarea? Ninguno. El niño, con frecuencia hijo único, adorado, reverenciado, colmado de caprichos, acostumbrado a recibir sin necesidad siquiera de pedir, tiene todo el poder y lo sabe. Muchos hacen una utilización más o menos soportable de ese poder, que no pasa de la mala educación. Otros, en número creciente, se convierten en auténticos déspotas imposibles de controlar. Y así se hacen adultos.

Los niños malcriados de ayer y hoy, los autócratas resultantes de tanto exceso en el pendulazo, van llegando a la política, los medios de comunicación y las redes sociales, con su enorme capacidad de influencia. Traen grabada a fuego en la boca la palabra « derecho », sin la menor vinculación con las correspondientes « obligación », «mérito», o mucho menos «esfuerzo». Rechazan visceralmente la disciplina o acatamiento de las normas, que equiparan a la opresión, y carecen del menor sentido de autocrítica. Todo les es debido por el hecho de existir, de haber nacido. Quienes los trajeron al mundo o quienes ya lo habitábamos estamos en deuda con ellos, porque ellos no escogieron venir. ¡Ay de nosotros cuando la vejez o inferioridad numérica nos dejen a su merced!

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