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Álvaro Martínez

El «político simpaticote»

Germina estos días el candidato que, a la caza del voto, trata de parecer un tipo cercano, tan normal y corriente como subirse a un aerogenerador

Álvaro Martínez

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Una de las principales mutaciones del Homo hispánicus metido en política es la de intentar hacerse el simpaticote en cuanto llegan las elecciones, aparecer como una especie de tipo llano, común y corriente, como el vecino de enfrente que nos cae tan bien o el compañero de trabajo que siempre echa una mano, alguien, en fin, reconocible como miembro de la especie, uno más de la manada. Se trata, por tanto, de comportarse y mostrarse tan «natural» como para encabezar esa encuesta que todos los años hacen los cerveceros preguntando a los españoles con quién les apetecería irse de cañas, y que casi siempre gana Rafa Nadal.

Carne de gurú de la comunicación política, mártir de los especialistas en telegenia y cautivo de los «community manager», asesores demoscópicos, directores de campaña, jefes de gabinete y demás aves de bandada que revolotean a su alrededor, el candidato electoral lo mismo se sube a un globo, que se pone de copiloto en un rally o que se cuelga de un aerogenerador (nadie ha explicado aún la necesidad de semejante audaz extravagancia), como si fueran actividades cotidianas del español de a pie. ¿Quién no ha se apretado los arneses y se ha subido a casi cincuenta metros del suelo a uno de esos molinillos que pespuntan las cimas de las montañas?

El «político simpaticote», por tanto, no le tiene miedo a nada (o sí), ni tan siquiera al ridículo, y lo mismo se pone a tocar la guitarra, que se come un yogur caducado tres meses antes, se aprieta un chotis cantado en inglés o se arranca a bailar en un plató de televisión como si acabara de terminar el banquete de la boda, algo medio modernito, eso sí, nada de «Paquito el Chocolatero», el «Megamix samba» o cualquiera de los clásicos de las celebraciones nupciales o de las fiestas patronales con mal amanecer. Las fórmulas en las que el «político simpaticote» se desarrolla son prácticamente ilimitadas y solo dependen de la imaginación de los periodistas o guionistas de los programas a los que acuden, la osadía de sus asesores y las tragaderas del candidato. ¿Le puede interesar a alguien cómo la presidenta de la comunidad autónoma se coge la coleta? ¿Es útil que un candidato debata con el presentador las ventajas e inconvenientes que presentan las bragas respecto al tanga?

El proceso de presunta «humanización» incluye posar en revistas y magacines de moda, fuera del formato periodístico donde suelen salir retratados habitualmente. El penúltimo en hacerlo ha sido Pedro Sánchez, que ocupa la portada del último número de la edición española de la revista «Harper´s Bazaar» emulando la que hace cincuenta años protagonizó el actor Steve McQueen, mítica «cover» sustentada en una fotografía de Richard Avedon, un maestro al otro lado de la cámara, que llegó a ser icónica a mediados de los sesenta. Desde la eliminación de las vocales de su nombre no se conocía un movimiento menos eficaz que presentarse como campeón de la lucha contra la pobreza infantil y a favor de la renta familiar básica vestido de esmoquin y luciendo pajarita mientras una mano femenina le acaricia la mejilla. «Hay que llegar a todos los ciudadanos, Pedro, de esta te coronas», sería el consejo. Las cosas no han salido exactamente así, pues lo más notable que ha conseguido, entre el ni fu ni fa, ha sido aparecer como un frívolo y recabar una andanada de críticas de los colectivos feministas dentro y fuera del partido.

El «político simpaticote» llega a esa placentera arcadia de amabilidad cansado de la intensidad del llamado «periodismo Stasi», ese que confunde una entrevista incisiva con un interrogatorio policial donde sólo falta el flexo dirigido a los ojos y que presuntamente viene a salvar la honra de la profesión descubriendo en cada programa un par de Mediterráneos. Visto de esa manera, algún político igual piensa que es menos peligroso subirse al molinillo cerca de las nubes que someterse a la partida de caza en que se convierten determinadas entrevistas. Se trata, por tanto, de salirse del registro habitual y si hace falta se sube uno a un rinoceronte, anda sobre ascuas mientras resuelven el cubo de Rubik o hace punto de cruz con guantes de boxeo. Mejor no dar ideas...

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