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Ignacio Camacho

La política inútil

Brexit: inventar un problema donde no había ninguno, aplicar una solución equivocada y meterse en un lío innecesario

Ignacio Camacho

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La política, que se inventó para arreglar problemas, se convierte a menudo en una máquina de fabricarlos. O por decirlo en célebres palabras de Groucho Marx, en el arte de buscar problemas, encontrarlos y aplicarles soluciones inadecuadas tras formular un diagnóstico falso. Ésa es exactamente la historia del Brexit, donde un líder de cortas luces, el funesto Cameron, inventó un contratiempo artificial, evaluó mal las consecuencias y ofreció un remedio errático. El resultado es un atolladero descomunal, provocado por pura incompetencia, del que todo el mundo va a salir con daño.

La frívola irresponsabilidad del ex premier británico obliga ahora a un proceso improvisado. Una ruta ciega para la que no existen planes ni planos. Toda la Unión Europea, por un lado, y el Reino Unido por el otro se van a embarcar en una negociación laberíntica de extrema complejidad que nadie había preparado. Pero ese desperdicio de esfuerzo y de masa crítica -miles de funcionarios, millones de papeles, centenares de normas, convenios y tratados- sería cuestión menor si respondiese a una emergencia perentoria, a un compromiso crítico, a un trance necesario. Lo irritante es que se trata de una extravagancia banal, prescindible, una ocurrencia caprichosa de un dirigente desvariado.

Esa lamentable muestra de política inútil, capaz de crear dificultades enormes donde no había ninguna, va a ocasionar un considerable destrozo en el proyecto más valioso de la Europa contemporánea, cuyo recorrido común quedará cojo y su arquitectura descalabrada. Pero también hará estragos en Gran Bretaña, y no sólo económicos ni sociales: su integridad territorial está de nuevo bajo amenaza. La secesión escocesa -otro experimento gratuito de la lumbrera de Cameron- regurgita en busca de una segunda oportunidad y además la salida de la Unión plantea una incógnita desagradable sobre el futuro del Norte de Irlanda. En sólo año y medio, dos referendos mediante, una nación poderosa y próspera se ha puesto en solfa a sí misma de un modo perfectamente excusable. Ahora ya no hay vuelta atrás y sólo cabe esperar que los líderes continentales e isleños conserven algo de la clarividencia que le faltó a aquel esclarecido al que Dios guarde.

Sobre todo es imprescindible que los perjuicios queden repartidos; no será difícil porque Inglaterra siempre ha estado en la UE arrastrando los pies, haciéndose de más para participar menos. Pero un desenlace cómodo, a la carta, sería incluso más nocivo que un mal acuerdo porque su indudable efecto llamada estimularía a los populismos que esperan su oportunidad de abandonar el proyecto. Para que la negociación acabe bien es menester que algunas cosas queden mal, que emerjan claros y patentes los riesgos. Que se note el ceño. Si Gran Bretaña sale incólume o victoriosa la Unión quedará herida de muerte, y aun si no… ya veremos.

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