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Ramón Pérez-Maura

El placer de la cacería humana

Ramón Pérez-Maura

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Impresiona ver cómo los mismos que denuncian con tanta fuerza el sufrimiento que causarían los cazadores a los animales con frecuencia disfrutan indisimuladamente con el daño que producen en cacerías humanas, tergiversando la verdad hasta convertirla en mentira. En mentira despiadada que puede destruir la vida de una persona a la que se decide, por razones políticas, hacer responsable de un accidente del que las culpas están probadas judicialmente y corresponden a otros.

La bazofia que hemos vivido esta semana a costa de la presentación tergiversada de un dictamen del Consejo de Estado sobre las responsabilidades administrativas del accidente del Yak-42 en el año 2003 es el perfecto ejemplo de la perfidia humana a la hora de procurar hacer sangre de quien sólo intentó atender a las víctimas de la mejor manera posible. Aquel accidente se produjo el 26 de mayo de 2003, unas horas después de las elecciones municipales y autonómicas que el Partido Popular estaba destinado a perder por haber «metido» a España en la guerra de Irak. Pero, vaya por Dios, los españoles decidieron que el PP ganara con holgura aquellos comicios. Y como ya sabemos que algunos son expertos en corregir los errores de la ciudadanía en las urnas, había que cargar al Gobierno de José María Aznar con la culpa de lo ocurrido cerca de Trebisonda, en Turquía. El objetivo de ese desencanto era fácil: el ministro de Defensa del momento, que, además de haber dirigido la -modesta- presencia de España en Irak, era un hombre de unas ideas y principios «intolerables» para algunos medios que siguen atacándolo a día de hoy.

El que diversas sentencias hayan concluido de forma firme que el error de los pilotos fue el único causante del accidente de un avión contratado por medio de una agencia de la OTAN es indiferente. El culpable tiene que ser quien ellos quieren que sea. El que se comisionara al embajador Javier Jiménez-Ugarte para atender a las víctimas, dedicándose él de forma admirable durante meses a esa tarea, tampoco valió de mucho. Había que hacer sangre con el equipo de Defensa. Porque, ya que el despliegue de España en Irak no generaba tantas víctimas como algunos esperaban -y produjo demasiadas, cualquier soldado muerto es demasiado-, había que atribuir al ministro las víctimas que nadie atribuiría a sucesores suyos cuando otros accidentes en la región de origen del Yak-42 devolvieron a España a nuestros soldados en ataúdes.

El dolor de las familias siempre es comprensible y sus demandas deben ser escuchadas, por más irracionales que puedan ser. Como cuando una representante de esas víctimas pide ahora que a quien ganó en limpia justa opositora la plaza de letrado del Consejo de Estado y tiene las condiciones para ser letrado mayor de la institución se le impida ocupar la plaza. ¡Sin estar condenado por nada! Y esa víctima lo es doblemente. Primero, y principalmente, por la pérdida de un ser querido. Y segundo, y aviesamente, por ser manipulada, presentándole un dictamen del Consejo de Estado como una condena, lo que ni es ni puede ser. Y aprovechando el secreto del documento, impidiendo a la víctima de la información difundir la verdad del mismo.

La última vez que vi al embajador de España en Londres fue el pasado 20 de junio. Me habló de su ansia por dejar el puesto y volver a casa. Titular en portada ahora que «El Gobierno relevará a Trillo en la Embajada en Londres» es engañar al lector. Porque, a falta de mayor consecuencia, se intenta presentar como resultado de la información tergiversada un relevo largamente pedido.

Y sí, Federico Trillo-Figueroa es mi amigo desde hace treinta años.

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