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Jon Juaristi

Parlamentos

El chavismo maduro o la aspiración a un régimen sin instituciones

Jon Juaristi

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La verdad es que resultaba muy curioso ver al podemita Pablo Bustinduy, hijo de ministra del PSOE y miembro del soviet supremo bolchivariano de España , haciendo filigranas para no incurrir en condena alguna del golpe de Estado de Maduro a las pocas horas de haberse producido. Era en no sé qué programa televisivo del jueves por la noche, pero me sonaba a algo muy conocido desde décadas atrás. A los escaqueos morales de los dirigentes batasunos ante cada atentado de ETA, sin ir más lejos.

El chavismo póstumo ha rematado esta semana el proceso de destrucción de las instituciones venezolanas, que no eran precisamente virgueras pero iban aguantando. Las de la vecina Colombia, con todo y narcoguerrilla campante, se han probado mucho más sólidas. El frágil Parlamento de Venezuela ha sido, sin embargo, la única barrera entre un turbio demagogo al frente de una banda de pretorianos corruptos y un pueblo desarmado. Lo ha sido, pero ya no lo es. La única institución que hoy sobrevive en Venezuela (el Tribunal Supremo no merece tal nombre; el de institución, quiero decir) es el Ejército, una institución, esa sí, pero meramente extractiva y parasitaria. Adivinen ustedes en cuántas guerras internacionales ha participado el Ejército venezolano desde la disolución de la Gran Colombia. No: su especialidad son los golpes de Estado, directos o, como ahora, por interpuestos simulacros jurídicos.

La única institución venezolana inclusiva y pluralista era, hasta la semana que hoy se cierra, la Asamblea Nacional de la República Bolivariana. Maduro se la ha cargado con un acto de fuerza teóricamente judicial, pero tras el que no es difícil oler la pólvora. Tan de fuerza, digo, que incluso la fiscal general, chavista acérrima, lo ha calificado de anticonstitucional. Maduro, a través de su tribunalito, ha invocado el desacato como pretexto, o sea, el desacato del Parlamento a su persona o a las de sus siervos togados o uniformados. Carlos I de Inglaterra no apeló a nada muy distinto cuando intentó cerrar para siempre el Parlamento de Westminster, pero aunque contaba con más parque que el terrorista islámico que atacó la misma institución el pasado día 22 de marzo, no consiguió otra cosa que iniciar una guerra civil que le fue adversa , y a consecuencia de la cual perdió la regia testa el 30 de enero de 1649. Porque Carlos I Estuardo, rey de Inglaterra, fue decapitado por traición al Reino representado en el Parlamento, y no a causa de la matanza de hugonotes en París, la noche de San Bartolomé, del 23 al 24 de agosto de 1572, en la que no tuvo nada que ver (ni siquiera había nacido por entonces), pese a lo que sostuviera en su día el profesor titular de la Universidad Complutense Juan Carlos Monedero, asesor bien pagado del chavismo y mentor del hijo de la ministra del PSOE Ángeles Amador, también este último encantado de haberse conocido.

Los legislativos democráticos no desacatan, porque representan a la nación, depositaria de la soberanía. Pablo Bustinduy Amador, la noche del jueves, evitándose condenar el golpe de Estado de Nicolás Maduro, se proclamó orgullosamente heredero del 15-M , aquel movimiento que surgió contra el Parlamento democrático español («¡No nos representan!»). Es un chollo, reconozcámoslo, esto de ser heredero a la vez del 15-M y de la mamá ministra. Uno juega a todas las cartas, a representar lo representable en los parlamentos que "no nos representan" y a apoyar tácitamente los parlamenticidios de los amigotes. Ya hacían algo parecido los parlamentarios batasunos desde los parlamentos democráticos, desde los autonómicos vasco y navarro y desde las dos cámaras del nacional (que despreciaban igualmente).

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