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Ignacio Camacho

El paripé

Qué paz ni paz; se trata de una rendición a plazos de ETA y no hay eufemismos que valgan

Ignacio Camacho

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Vale, muy bien. Si ETA ha entregado unas armas habrá que ir a recogerlas. Que la Policía haga inventario y las examine por si, improbablemente, hubiese en ellas algún rastro que permita investigar cualquiera de los 325 crímenes pendientes de esclarecimiento. Y ya. Nada que agradecer . Ni siquiera a esos campanudos fantasmones que ya llevan la gratificación en los honorarios que pasan a las fundaciones y organismos mediadores. Menos a los autodenominados «artesanos de la paz» que tratan de hacer pasar por armisticio su derrota. La suya, sí, porque además de que bastantes de ellos proceden del cosmos filoetarra –alguno incluso lleva varias detenciones en su currículo–, contribuyen con su intervención y su actitud al maquillaje propagandístico de la banda. Qué paz ni paz; se trata de una rendición a plazos y no hay eufemismos que valgan.

Así que requísese el arsenal como un trámite burocrático y vamos a lo que importa, que es eso que ahora se conoce como el relato . Es decir, la prevalencia de la verdad frente al intento de pasar de matute el cuento de un proceso falso. La cosa es así: ellos, los malos, han perdido y nosotros, los buenos, hemos ganado . Y nadie se va a tragar ninguna dignificación que enaltezca el papel de los derrotados. Porque no lo merecen y porque faltan algunos detalles de índole penal y moral que garanticen la ausencia de impunidad y completen en lo posible la reparación del daño.

Primero la disolución, claro. Luego la colaboración con la justicia en la aclaración de los delitos pendientes y en la localización de sus autores fugados. Para continuar, el cumplimiento de las condenas sin beneficios penitenciarios; la declaración de arrepentimiento, la petición de perdón a las víctimas y el reconocimiento del inútil dolor causado. Esto en el plano estrictamente técnico de un pliego de condiciones mínimo y necesario. Porque después habrá que abordar un asunto más complejo que consiste en evitar que el proyecto etarra recurra a testaferros políticos para administrar su legado.

Esta última parte es delicada y exige la colaboración de los partidos democráticos. No parece buen camino la foto de la vergüenza en la que el PNV y el PSE –¿no tiene nada que decir la gestora socialista?– se han retratado con los herederos de Batasuna para saludar el desarme como un paso histórico lleno de significado. Por ahí vamos mal. Ésa es la narrativa del acuerdo, el quid pro quocon el que el posterrorismo pretende legitimarse obviando su fracaso. La ruta de la equidistancia, la retórica de la posverdad, la del empate y el olvido inadmisible por mucho que una parte de la sociedad vasca necesite lavar el remordimiento de su pasado.

No hay nada que conceder, nada que discutir, nada que negociar . El único requisito que los terroristas se pueden saltar si quieren es el de pedir perdón; sería un gesto decoroso pero de ningún modo los vamos a perdonar.

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