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Isabel San Sebastián

Para que todo siga igual

Isabel San Sebastián

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Todavía no ha sonado el silbato que marca el final del partido, aunque a tenor de lo conocido a esta hora parece que el Rey constatará entre hoy y mañana la inutilidad de designar un candidato a la presidencia del Ejecutivo, dada la incapacidad de nuestros políticos para ponerse de acuerdo pensando en el bien de España. Ha podido más el suyo propio. Sus mezquindades. Sus partidismos.

Alguno al menos lo ha intentado, alentando el diálogo entre demócratas e incluso ofreciéndose a dar un paso atrás y buscar un independiente de consenso. Otros se han enrocado en sus viejos vetos sectarios o han preferido sentarse cómodamente a esperar el naufragio del contrario, antes de volver a repartir las cartas a ver si a la segunda hay más suerte. Sucede, no obstante, que aquí no hay «segundas vueltas» que valgan. El sistema parlamentario vigente establece una única votación a la que han de atenerse los electos a la hora de establecer alianzas en aras de formar Gobierno. Este recurso a las urnas en busca de mejor fortuna constituye una estafa en toda regla al votante y al contribuyente. Una manifestación flagrante de intolerancia y personalismos estériles, de la que deberían responder ciertos dirigentes política y patrimonialmente.

Esta segunda vuelta electoral en busca de mejor fortuna constituye una estafa al votante y al contribuyente

¿Por qué hemos de pagar todos a escote el coste de otra campaña electoral y otros comicios cuyo desenlace, si hemos de hacer caso a los sondeos, será muy parecido al del escrutinio del pasado 20-D? Deberíamos ahorrarnos el gravoso ceremonial e ir directamente al grano, o bien exigir a los partidos que abonen ellos, de su bolsillo, el precio de su fracaso. De las arcas que se nutren de las cuotas de sus afiliados, ojo. No de fondos procedentes de subvenciones y otras bicocas. Porque la culpa del dispendio es solo suya y obedece a una manifiesta falta de voluntad, generosidad, capacidad de cesión y patriotismo, indispensables en quienes están llamados a regir los destinos comunes. Todos tratarán ahora de cargar contra el adversario (ya lo están haciendo, de hecho) y ninguno tendrá la grandeza de asumir la responsabilidad entregando su cabeza. Ni siquiera en su fuero interno se plantearán la duda de si su presencia suma o resta a la gobernabilidad del país. Para impedir ese desagradable ejercicio existe una vasta corte de aduladores, generosamente retribuidos, cuya única misión relevante es cantar las alabanzas del líder. Y las cantan. ¡Vaya si las cantan! Las cantan de la mañana a la noche, como hacían las sirenas de Ulises. Lo malo es que ni Mariano Rajoy ni Pedro Sánchez, máximos responsables del desastre, se hacen atar al mástil ni piden a sus acólitos que se tapen los oídos. Más bien les exigen que se aprendan bien el cántico y lo entonen afinando el coro, mientras ellos se atornillan meticulosamente al sillón. El poder es el afrodisíaco más adictivo que existe. Una droga muy capaz de arrastrar nuestra nave al abismo.

Salvo sorpresa de última hora, por tanto, estamos condenados a varias semanas más de este tedioso «día de la marmota» cuyos detalles, a estas alturas, conocemos de memoria: ataques de boquilla del PSOE a Podemos y de Podemos al PSOE, abocados a entenderse si es que quieren gobernar. Tres cuartos de lo mismo entre PP y Ciudadanos. Guerras internas en cada casa destinadas a eliminar adversarios en la lucha descarnada por la supervivencia del clan. Cainismo. Banderías. Falsas promesas electorales. Demagogia y más encuestas. O sea, otra ronda de lo mismo para que todo siga igual... Salvo sorpresa de última hora.

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