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Luis Ventoso

Un país maravilloso

El petróleo de España es su red de afectos familiares

LUIS VENTOSO

Somos gritones, envidiosetes, un poco caóticos y demasiado melodramáticos, sobre todo cuando toca despellejarnos a nosotros mismos. Pero pocos son los guiris que no destacan que «España es un país maravilloso» (sobre todo cuando ya se han soplado tres vinos y unas tapillas). El petróleo español es su gente, una jovialidad que brota espontánea y sobre todo una red admirable de afectos familiares, insólita en un país puntero del primer mundo.

Entre 2008 y finales de 2012, España quedó arrasada. El latigazo universal de la crisis «subprime» provocó aquí la doble explosión de las burbujas financiera e inmobiliaria. Un país que se había emborrachado de crédito aparecía de repente en pelotas y trastabillando frente a sus acreedores, que perdieron la confianza y le cortaron el grifo. Todo agravado por un presidente analfabeto en economía y con una psicodélica relación con el mundo real, que seguía proclamando consignas triunfalistas cuando ya se abrasaba en la marmita de los números rojos. Aquella orgía del despilfarro se continúa pagando todavía hoy, con más de cuatro millones de parados, con la deuda pública disparada por la cruz de los intereses contraídos al borde del abismo, y con implosiones súbitas de sepulcros blanqueados, como el reciente caso de Abengoa.

Con un tsunami de ERES, que dejó en la cuneta a legiones de cabezas de familia ya talludos, y con el futuro de casi la mitad de los jóvenes cegado, lógicamente la calle se caldeó. Sin embargo nunca se llegó a males mayores, a daños irreversibles, pese a que demagogos neocomunistas y nacionalistas xenófobos se lanzaron a pescar a río revuelto aprovechando el inevitable malestar de millones damnificados, azuzado por una irresponsabilidad televisiva que algún día se estudiará en la universidad como ejemplo de felonía. ¿Cuál fue el secreto? ¿Por qué aguantó la sociedad española en una hora tan oscura y decisiva? Creo que por las familias. Abuelos que tiraron de hijos y nietos, hermanos y primos tejiendo redes anónimas de mutua ayuda; esa frase hecha, pero tan real y tan hermosa: «Mientras yo pueda no te faltará un plato caliente».

Un informe parlamentario de todos los partidos británicos acaba de alertar del problema del hambre en la Gran Bretaña del siglo XXI, de carcasa tan exitosa y tantas bombas de relojería internas. «Un número desconocido de niños van cada día a sus escuelas hambrientos. El cuerpo de nuestra nación está herido por una fiebre llamada hambre». Entre las causas, el estudio cita que «el pegamento social ha desaparecido». Vidas individualistas y aisladas hasta lo lesivo. Una frialdad y una lejanía entre los hijos y sus padres ancianos desoladora para una mirada latina. Muchas veces faltan incluso esos rudimentos de cocina elementales para apañar una comida en casa sin recurrir a los envasados. Alcohol y soledad a saco.

Feliz España, donde una máquina de café en una oficina sigue siendo todavía una verbena del escaqueo. Donde la amistad es el spa del alma y la familia, una religión.

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