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David Gistau

Ozymandias

David Gistau

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La estatua rota, perdida en la arena, de aquello en lo que antaño hubo vida y grandeza. La de Ramsés inspiró a Shelley «Ozymandias», el poema al faraón que evoca un tránsito de la arrogancia a la decadencia que podría haberse publicado como crónica del comité federal del pasado sábado en Ferraz. Hay otra imagen más socorrida y que me sobrevino, como siempre que contemplo algo o a alguien con todo el futuro por detrás, al escuchar el discurso agónico de Pedr Schz: el Benfica. La diferencia que hay entre el Benfica de Eusebio y el actual, demolido por una maldición que le echó su propio entrenador, Bela Guttman. Eso es el PSOE. Un escudo, el de la rosa, con carisma, cierto aire linajudo y recuerdos gratos que en realidad sólo sirve para ahondar la pena por lo que se es comparado con lo que se llegó a ser. Noventa escaños. Sumisión al populismo de extrema izquierda. Ozymandias. A Felipe se le ha puesto cara de busto semienterrado en el desierto mientras su partido/obra ya ni distingue qué valores lo hacen diferente del comunismo de extramuros, con sus hojas de afeitar épocas.

A Felipe se le ha puesto cara de busto semienterrado en el desierto mientras su partido/obra ya ni distingue qué valores lo hacen diferente del comunismo

No es el único político de la generación anterior que asiste a la ruina de su legado. Aznar también tiene razones para ponerse a leer a Shelley, por más que Ciudadanos aún no represente para el PP la misma amenaza de invasión del espacio que Podemos para el PSOE. Lo más triste del discurso de Schz fue la saña con la que atacó a Rajoy y a la Derecha como si aún estuviera vigente el maniqueísmo del 78. Lo hacía porque necesitaba que su gente detectara un enemigo exterior eximiendo a Podemos, con quien hay que tratar, pero era absurdo: un partido muerto desafiaba en la taberna a otro partido muerto, sin que ninguno de los dos parezca saber que lo está. Sobre todo el PP, que no ve razones ni para matizar el culto al líder providencial. Su bloqueo actual sería una oportunidad perfecta para entrar en boxes y no regresar hasta que tuviera arregladas todas las averías, empezando por la que afecta a la honestidad. Los propios votantes populares querrían esto si no fuera por el miedo a que la ausencia temporal del PP impulse el advenimiento de la horda. Desde una perspectiva liberal, lo ideal sería que este bloqueo se perpetuara para siempre: ningún Estado con afán de existencia molestando en el discurrir natural de las cosas.

En el Japón, existe un modo de cocinar el pez globo que consiste en filetearlo sin que él se entere, conservando hasta el final el latido del corazón. Eso está haciendo Pablo Iglesias con Pedr Schz. Pero éste permanece aferrado a la colisión tradicional con la Derecha como si no fuera capaz de enterarse de que le filetean de a poco los principios y los votantes y le dejan el latido terminal, apenas suficiente para meter a Podemos en La Moncloa. O para terminar de liquidar el PSOE en unas elecciones en primavera. Está pasando. Mientras, Schz reta con grandes bravuconadas a un adversario que está expuesto en su ataúd como Morgan Freeman en «Sin perdón».

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