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La lección de Llarena

Torra puede gobernar con quien quiera, pero no como quiera

Carlos Herrera

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Pudiendo elegir a un sectario, radical, servil y xenófobo como representante en Cataluña, para qué va a elegir Puigdemont a otro. Los que no conocían a Torra van a tener muchos días para hacerse una idea de la catadura de un sujeto que se ha pasado media vida insultando y despreciando a «los españoles», incluidos los catalanes que se tienen por tales, que son más de la mitad. Ha vendido seguros, un noble oficio, ha dirigido el Borne, centro dedicado al glosario independentista; lideró Òmnium Cultural, que ya sabemos lo que es, y ha escrito perlas racistoides en redes sociales que ha pretendido borrar al saberse sucesor a título de delegado. Puigdemont le prohíbe usar su despacho y el Salón de Recepciones; mantendrá un fantasmal Consejo de la República que proclamará las líneas generales del gobierno de la República Imaginaria que cree presidir y esperará a dar la orden de repetición de elecciones si le cuadra en su horizonte penal.

Pero que no cante victoria. Ayer conocíamos la documentación complementaria que el juez Llarena ha enviado a Alemania. Diecisiete folios con alguna que otra lección jurídica a los jueces de ese land impronunciable. Les recuerda que estamos ante una causa muy compleja y que los hechos recogidos en el auto de procesamiento solo reflejan los que tienen relación con las exigencias penales de nuestro ordenamiento jurídico. Llarena quiere que se añada el delito de malversación a la lista que encabeza el de rebelión, pero no está dispuesto a admitir a Puigdemont solo por ese delito: al llegar a la frontera ingresaría el dinero malversado -Òmnium o ANC se lo darían- y quedaría libre de medidas cautelares, campante y flamante por las calles catalanas. El juez exhibe no pocos ejemplos de violencia y abre la puerta a que la entrega se pueda producir también por el delito de sedición, que, algo más leve, también es de consideración, pero sobre todo pide a los magistrados que no reflexionen a la ligera sin observar las pruebas, entre ellas la constatación de cómo los Mossos no cumplieron con su deber. Lo expuesto refleja que el movimiento secesionista es pacífico si la actuación del Estado no se opone a su estrategia, pero se vuelve violento en caso contrario. Especialmente llamativo es el párrafo en el que Llarena aclara que no sería entendible que el presidente de un land alemán pueda impulsar una actuación como la descrita y que esa actuación no suponga un quebranto del orden penal alemán si se cuida de que todo se ejecute con capital privado, lo cual queda dicho por si tienen la tentación de argumentar que el único delito es utilizar dinero público.

Con dicha información complementaria tienen más difícil escaparse de la obligación de atender el mandato de la euroorden. La decisión anterior no era más que adoptar medidas cautelares. No se tomaron, pero ahora hay que elaborar la definitiva, y todos los argumentos son pocos para conseguir que El Errante encuentre su sitio junto a sus compañeros de aventura. Todo para que llegue más o menos octubre y comience la vista oral. Lo que pase después, condena o no, decisiones políticas o no, ya no incumbe al instructor. Mientras tanto, Torra puede gobernar con quien quiera, pero no como quiera, y deberá recordar que no pasa de ser un lacayo obediente de quien, por ahora, sigue libre en su fantasía republicana.

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