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Edurne Uriarte - COSAS MÍAS

Las lágrimas de cristiano

Las pasiones están forjadas de la misma irracionalidad a través del tiempo, a principios del siglo pasado y de este

Edurne Uriarte

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Mientras me conmovía el domingo con las lágrimas de Cristiano, las de dolor y las de felicidad, tenía presente mi última trifulca, en plena Eurocopa, con los anticristianistas que son legión en nuestro país. Nada nuevo, mi habitual asombro ante gentes aparentemente moderadas y tranquilas que pierden todo autocontrol cuando les mentas admirativamente al astro portugués y que me recuerdan una de las fantásticas historias relatadas por Juan Belmonte a Manuel Chaves Nogales en su biografía. Cuando Belmonte fue llamado a un manicomio para intentar hacer entrar en razón a un hombre al que el antibelmontismo había vuelto loco, un hombre al que «torease yo bien o mal, tenían que sacarlo del tendido víctima de un terrible acceso de furor» y que «terminó padeciendo unos espantosos ataques de locura apenas le mentaban mi nombre».

Aquella guerra entre partidarios de Belmonte y de Joselito, como la de hoy entre partidarios de Messi y de Cristiano, demuestra que las pasiones están forjadas de la misma irracionalidad a través del tiempo, a principios del siglo pasado y de éste. Que las inexplicables reglas del amor y del odio dominan por igual a personas de toda condición, ideas o formación. Pero hay algo más, propio de los valores y de la idiosincrasia de un país, de las circunstancias políticas y sociales.

Y eso último explica, por ejemplo, el contraste entre esa campaña a favor de Messi tras haber sido condenado a 21 meses de cárcel y la campaña anticristianista montada en cada esquina, aún más dura si cabe cuando gana la Champions con el Madrid y la Eurocopa con Portugal. Y esto ocurre específicamente en España, con nuestros valores, nuestra idiosincrasia, nuestras circunstancias políticas, mientras fuera de nuestras fronteras Cristiano gana la partida a Messi en todos los terrenos y los admiradores eclipsan a los odiadores. Tanto que hasta un ilustre periodista de origen extranjero y de cuyo nombre no quiero acordarme llega a escribir, aquí, en España, el más repugnante artículo contra Cristiano.

En nuestro país, un elemento político como el nacionalismo también influye en la presentación del condenado Messi como una víctima de «Madrid» y en la conversión del Real Madrid en un objeto fóbico por su supuesta representación de las esencias del españolismo. Con el consiguiente rechazo de cada uno de sus jugadores, aún más cuanto más importantes son, y da igual que sean portugueses, alemanes o franceses. Aquello que multiplica la repercusión de Cristiano en el planeta, su pertenencia al primer club de fútbol del mundo, multiplica también los odios hacia su persona en esta España tan determinada por las ideas de los nacionalistas.

Y luego están nuestros valores. Ese rechazo a la meritocracia, tan enraizado en nuestra cultura. Esa aversión al discurso de los mejores, del esfuerzo, del sacrificio, de la ambición para ser el primero, de la competición, de la excelencia. Esa intolerancia hacia quien lo reivindica abiertamente como Cristiano, ese perdón a quien lo calla y lo disimula como Messi. Y nuestra idiosincrasia, esa endivia de nuestro carácter nacional que no tolera el perfeccionismo de los tipos como Cristiano y que exige de los fracasos, de la desgracia o de algunas imperfecciones compensatorias para hacerse perdonar.

Las lágrimas del dolor, de la terrible injusticia de esa lesión en el partido más importante de su vida, podrían haber aplacado la furia de sus enemigos. Pero se tornaron de nuevo en triunfo y felicidad y eso ya no lo arregla ni la visita del propio Belmonte al manicomio.

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