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La Tercera

El islam de Mahoma y el de hoy

«A pesar de que Mahoma se valió de la guerra santa para imponerse política y religiosamente, en un documento conservado en Persia llamado Achiname y Carta de la Paz, que la mayoría de los musulmanes desconocen, garantizó protección a los monjes del monte Sinaí y a los seguidores de la fe cristiana; además proclamó la paz y la fraternidad entre los seres humanos»

MARÍA DEL CARMEN MARTÍN RUBIO

Ante la oleda de atentados terroristas islamistas que Europa viene sufriendo desde mediados del siglo pasado, especialmente en las presentes décadas, parece conveniente recordar cómo y por qué surgió el Islam o Yihad.

Para ello es preciso retroceder al siglo VII después de Cristo, cuando la mayoría de los árabes eran nómadas, vivían en la península de Arabia agrupados en tribus y tenían sus viviendas en los oasis del desierto, aunque, contrastando con estas primitivas formas de vida, existían las ciudades de La Medina y La Meca en las que habitaban poderosos comerciantes que llevaban una vida lujosa. Ésta última, rodeada del desierto y situada a pocos kilómetros del Mar Rojo, en lo que hoy es Arabia Saudí, era muy rica porque, al estar situada en un cruce de las rutas de caravanas que traficaban con mercancías, desarrollaba un gran comercio. En ella se encontraba la Kaaba o Casa de Dios que, según las creencias musulmanas, había sido construida por Abrahán y su hijo Ismael, de quienes los árabes suponían que descendían pero, aunque desde el siglo VI conocían a un Dios al que llamaban Ilah, del que procede el nombre de Allah, en el templo también había otros ídolos a los que rendían culto desde tiempos ancestrales.

El 26 de abril del año 570 nació en La Meca, en el seno de una de aquellas poderosas familias de comerciantes perteneciente al clan Hasin, de la tribu de los Qurais, un niño que se llamó Muhammad o Mahoma. El niño, huérfano desde los seis años, fue criado por un tío que se dedicaba al comercio por lo que consecuentemente se convirtió en un guía de caravanas. Ese trabajo, además de viajar, le permitió conocer las religiones judía y cristiana; además, en su primer viaje a Damasco contactó con los cristianos nestorianos condenados en el concilio de Éfeso por negar el dogma de la Santísima Trinidad y el carácter divino de la Virgen María; y a los 40 años, cuando gozaba de una buena economía, pues a los venticinco se había casado con Jadicha, una viuda rica de su edad, y siendo ya reservado y meditativo, se retiró a orar y a meditar a una cueva del Monte Ira, cerca de la ciudad donde, según comunicó a sus allegados, recibió revelaciones del Dios Allah a través del arcángel San Gabriel, con quien realizó un viaje nocturno a la Jerusalén judaica, en el cual le impulsaba a seguir la religión de Abrahán. Estas revelaciones se repitieron tres años más tarde por lo que, considerándose profeta y bajo el legado de Abrahán, Moisés y Jesucristo, frente al tradicional politeísmo de La Meca, su ciudad natal, comenzó a predicar la existencia de un Dios único y la vuelta a la religión de Abrahán. Rápidamente consiguió adeptos entre las gentes más pobres campesinas, de las que incorporó gran parte de sus tradicionales normas nómadas.

Como sus adeptos aumentaban constantemente, las autoridades se encontraron incómodas y comenzaron a perseguirle, de ahí que en el año 622 tuviera que huir al norte, a La Medina. Allí tomó contacto con los judíos y éstos le rechazaron por los errores de interpretación que a su entender Mahoma hacía de las Escrituras Sagradas; entonces esbozó una nueva religión: el Islam, en la que combinaba la persuasión con la fuerza que, para poder subsistir junto a sus seguidores, permitía que éstos atacaran a las caravanas y a las ciudades cercanas. Así comenzó la guerra santa: en ella había que convertir por la fuerza a los infieles árabes.

En La Medina, Mahoma se transformó en un político, religioso y militar: acaudillando a sus seguidores se apoderó primero de La Meca y en el 630 limpió la Kaaba de los ídolos paganos; seguidamente, en el 632, poco antes de morir, sometió a toda la Arabia, consiguiendo que las belicosas y dispersas tribus árabes pasaran a ser un pueblo unido.

Las creencias de Mahoma, inspiradas en el Dios Allah, fueron recogidas con variaciones por sus seguidores en diversos manuscritos, por lo que el califa Uthman Ibn Affan ordenó en el año 650 que fueran recopiladas y redactadas, bajo la versión oficial del califato, en un libro al que se llamó Corán. Dividido en ciento catorce capítulos que contienen oraciones y mandatos del Dios Allah mediante un número variable de versículos, pasó a ser desde entonces el libro sagrado de los musulmanes: es decir su Biblia. Al crearse los califatos, en siglo VIII, fue la guía que les llevó a alcanzar una gran prosperidad dentro y fuera de sus fronteras.

Mas, a pesar de que Mahoma se valió de la guerra santa para imponerse política y religiosamente, en un documento conservado en Persia llamado Achiname y Carta de la Paz, que la mayoría de los musulmanes desconocen, garantizó protección a los monjes del monte Sinaí y a los seguidores de la fe cristiana; además proclamó la paz y la fraternidad entre los seres humanos. Y ya dominada Arabia, nunca obligó a convertirse a la religión islámica o Yihad a ningún cristiano.

Llegados a este punto hay que preguntarse por qué algunos islamitas radicales actuales, en nombre de Allah, combaten en cualquier parte del mundo a cuantos no comparten sus creencias, prácticas religiosas y formas de vida, incluso a sus mismos compatriotas: la explicación que dan algunos de ellos, transformados en terroristas, es que pretenden volver a la época de esplendor del Islam; ante esa óptica yo pregunto: ¿en vez de matar a personas inocentes y niños, no sería más coherente y beneficioso para todos que estos radicales mediante el estudio, el esfuerzo y el trabajo consiguieran ese objetivo que, por fortuna, practican millones de musulmanes…? Ya que, como indica la referida Carta, y pese a la guerra santa, Mahoma al igual que Jesucristo potenciaba la paz y la fraternidad entre todos los seres humanos que habitamos el mundo en que vivimos.

MARÍA DEL CARMEN MARTÍN RUBIO ES HISTORIADORA

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