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Ignacio Camacho

El holandés errante

Con ingenua y chocante lógica luterana, el periódico holandés decidió enviar a un tío que hablase español a España

Ignacio Camacho

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Decía el llorado Miguel Ángel Bastenier, maestro del periodismo de precisión, que nunca nadie ha convocado una rueda de prensa con la intención de dar una noticia, aunque eventualmente pueda escaparse alguna. Ese tipo de convocatorias, que a menudo ni siquiera admiten preguntas o se limitan a la lectura de un comunicado por plasma, sirven para emitir consignas y declaraciones y utilizar a los medios como herramienta -gratuita- de propaganda, mientras que las historias periodísticamente más útiles son aquellas que sus protagonistas no desean ver publicadas. En los últimos tiempos, ante la uniformidad ramplona de los dirigentes políticos, las únicas comparecencias públicas con algo de interés ocurren cuando algún periodista se sale del carril ovejuno y plantea, normalmente sin respuesta, cuestiones incómodas, comprometidas o inesperadas.

Al reportero holandés Marcel Haenen, políglota en seis idiomas, lo envió su periódico a Barcelona porque sus jefes pensaban, con ingenua lógica luterana, que su conocimiento del castellano lo convertía en la persona adecuada. Vamos a mandar, dijeron, a un tío que hable español a España. El bueno de Marcel se ha hecho famoso por levantarse de una rueda de prensa en la que dos consejeros de la Generalitat y el director de los Mossos d`Esquadra no utilizaban otra lengua que la catalana. Estaba aquello lleno de prensa internacional y tanto informadores locales como autoridades preguntaban y respondían en el idioma que menos asistentes dominaban. Haenen es neerlandés pero no marciano; sabiendo que los catalanohablantes se pueden expresar en perfecto castellano, consideró una descortesía y una pérdida de tiempo que no lo hicieran por una mera motivación identitaria.

No ha sido el único incidente lingüístico de estos días aciagos; la noche del atentado la CNN interrumpió una conexión con Barcelona, donde hablaban Puigdemont y Colau , porque no disponía de traducción simultánea. En su afán de sacar músculo ante la opinión pública mundial, los soberanistas han olvidado la necesidad de hacerse entender en una lengua franca. El inglés lo manejan con dificultad; el español, la koiné de uso común en el territorio, es para ellos materia nefanda y el latín, además de estar en desuso, sólo lo chamulla Junqueras por mor de su educación vaticana. El mensaje a trasladar era el de «Catalonia it not Spain», pero resultaba brusco formularlo explícitamente en tan dramáticas circunstancias. De modo que se aferraron al catalán, cuya legítima cooficialidad resalta el hecho diferencial pero ofrece a efectos globales evidentes desventajas prácticas.

Claro que a los nacionalistas les da igual porque lo que les importa no es que se entiendan sus explicaciones sino que se perciba su identidad singularizada. Aunque lo que haya concluido la mayoría de los extranjeros, como Haenen, sea que España es una nación decididamente muy rara.

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