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Héroes con boina

¿Tiene la "generación mejor preparada" las ganas de currar de sus padres?

Luis Ventoso

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Hace unos meses, una profesora de instituto (oficio con casi dos meses de vacaciones de verano y todos los festivos libres) me comentó que sopesaba prejubilarse pronto, a los 62 o 63, porque estaba " estresadísima ". Currando en un periódico, un carrusel taquicárdico, me dieron ganas de soltarle un bufido. Pero por educación me solidaricé cínicamente con su estrés galopante de media jornada. Ayer se repitió algo similar. " Estoy pensando en dejarlo ya, en prejubilarme ", me soltó inesperadamente un amigo. No llega a los cincuenta y cuenta con un cómodo trabajo de oficina, con un sueldo que ronda los dos mil euros. Pero está pensando en tirar la toalla con el ánimo de intentar dedicarse al dolce far niente, a la dulzura de no hacer nada. Al interrogarlo sobre sus razones, respondió que está harto, que ya no aguanta, que su entorno laboral le deprime y supera. Me acordé entonces de mi padre, que en el puente de un barco, allá en los mares de Irlanda, recibía durante quince días seguidos las embestidas de olas como casas. Se me escapó una risita sardónica ante estos terribles estreses contemporáneos.

En España se está produciendo una llamativa paradoja. Por una parte, seguimos sufriendo una tasa de paro muy elevada y unos salarios lamentablemente bajos (más de un 40% de la población cobra mil euros o menos , esa es la España real). Pero por otro lado, la ciudadanía está perdiendo las ganas de trabajar de antaño. La mayoría de los treintañeros de hoy, aquellos a los que el siempre atolondrado Zapatero bautizó como " la generación mejor preparada de la historia ", parecerían perezosos si se los comparase con el empuje de sus abuelos, los héroes anónimos de pana y boina de principios del siglo XX. A modo de pequeño experimento les hice ayer esta simple pregunta a dos amigos cincuentones: ¿Trabajaba mucho tu padre? El primero respondió así: "¿Mucho? ¡Todo! No hacía otra cosa. Era conductor de autobús, empezaba a las seis y media de la mañana y no volvía hasta las nueve. Siempre así. Por eso pude ir yo a la universidad". La segunda persona me resumió la historia de su padre: "Emigró solo a Suiza, dos días de viaje en bus. Cuando encontró trabajo se llevó a sus hermanos y se emplearon todos en una fábrica. Trabajaron como negros para llevarse a sus novias a Suiza y casarse con ellas. Luego siguieron trabajando y ahorrando hasta conseguir volver a España".

La mayoría de los españoles de comienzos del siglo XX no tenían casi nada, salvo una cosa: ganas de ir a más , hambre de progreso y coraje para ello , esa cualidad que los estadounidenses definen como "grit". La generación mejor preparada de la historia, entumecida por las paparruchas podemitas y la televisión tontolaba, se ha abonado a la subcultura del derrotismo. Sueñan con la igualación a la baja, la sopa boba, "las cañitas del finde" y la subvención universal. Sus bisabuelos los correrían a boinazos. Y con razón: no existe en la historia un país que haya prosperado gracias a fantasías de molicie comunistoide.

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