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José María Carrascal

España y Francia

Los dos grandes partidos de derecha e izquierda atraviesan en ambos países un mal momento

José María Carrascal

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¿Existen semejanzas entre las situaciones políticas española y francesa? Sin duda. Pero las diferencias son mayores. Puede deberse a que las semejanzas están en la superficie, donde más se ven, mientras las diferencias pululan por las profundidades, más decisivas. Que los dos grandes partidos de derecha e izquierda atraviesan en ambos países un mal momento, con abundante pérdida de votos y prestigio, está a la vista. Que surgen partidos nuevos que les comen terreno , también. Y que el electorado está cabreadísimo por la corrupción rampante en las esferas públicas, con el consentimiento, cuando no la participación activa, de altos cargos, se palpa en el ambiente. Pero ahí se acaban las semejanzas para empezar las diferencias, que aun siendo de detalle, son más profundas y determinantes.

Me refiero, en primer lugar, a que pese al severo desgaste sufrido por la derecha española, con la consiguiente pérdida de la mayoría absoluta en el Gobierno central y en las ciudades más importantes, se mantiene en el poder, ha ganado las dos últimas elecciones y hay indicios de que podría ganar las próximas, aunque la situación es tan resbaladiza que todo puede cambiar de la noche a la mañana. Mientras el gran partido de la izquierda se halla inmerso en una guerra interna que lo tiene prácticamente agarrotado, sin que se sepa cuál de las facciones va a imponerse. Conserva importantes feudos regionales, pero para dar la batalla por el Gobierno de la nación le queda aún mucho trecho. En Francia ocurre lo mismo, sólo más acentuado: el partido socialista ha sido literalmente barrido en la primera fase electoral. El conservador ni siquiera ha podido competir por el poder. Si a ello se une que los partidos emergentes muestran diferencias aún mayores, tenemos escenarios muy distintos. En Francia, se ha puesto en cabeza un candidato de centro que ni siquiera tiene partido y debe montarlo a toda prisa si quiere poder gobernar, mientras emerge pujante una extrema derecha antieuropea y xenófoba, con una mujer al frente que quiere ser «la presidenta de todos los franceses», y una nueva izquierda agresiva, aunque no tan nueva, pues pretende cambiar el entero sistema para instaurar uno de aromas leninista-bolivarianos, igualito al de Podemos.

Pero es precisamente donde ahí surge la mayor diferencia. En Francia, ese intento de cambio de régimen un siglo después de la Revolución Soviética ha causado tal alarma que todos los que creen en la democracia parlamentaria, la Unión Europea y las libertades individuales cierran filas en torno al candidato que defiende esos valores. Empezando por el partido socialista y la derecha clásica. En España, el partido socialista sigue inmerso en su agónica batalla interna , mientras los demás intentan desalojar del poder al centro-derecha, empezando por su aliado natural, el centro-centro, que busca reemplazarlo. Es verdad que España y Francia, como Estados-nación, se parecen hoy más que nunca, lo que nos congratula. Pero no menos es cierto que, políticamente, España sigue siendo diferente, lo que nos entristece.

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