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José María Carrascal

España rota antes que azul

¿Qué busca Pedro Sánchez al consultar a las bases de su partido sobre los pactos que piensa hacer para formar gobierno? Pues muy sencillo: pactar con aquellos que el Comité General del PSOE no estaba dispuesto a autorizarse. Concretamente, con Podemos y con los independentistas. ¡Y todavía dice que no está dispuesto a ser presidente a cualquier precio! No sólo a cualquier precio sino en cualquier circunstancia y lugar. Aunque sea sólo por un mes, por una hora, puede que durante un solo minuto, pues ello le incluiría en la lista de presidentes de España, el sueño de todo político, aunque nunca con tal ferocidad.

Porque, incluso si lo consiguiera, su gobierno sería una invitación al desastre. De entrada, Podemos no está interesado en gobernar con el PSOE, está decidido a sustituirle, como mostró en su famosa lista del gabinete. O sea, una apuesta al suicidio, como ha ocurrido a tantos partidos socialistas que aceptaron el abrazo del oso socialista. Pero con ser eso grave, el precio que tendría que pagar a los nacionalistas por abstenerse en su nominación –en otro caso las cuentas no le salen– sería mucho más costoso: el troceamiento de España. Junqueras ya ha dicho que no se contenta con menos que la independencia –está ya metido en esa operación– y Urkullo reiteró recientemente que su último objetivo sigue siendo un País Vasco convertido en Estado-nación. Les seguirán otras comunidades con tantos o más títulos para ello pues, en España, quien más quien menos tiene títulos para dar y tomar. Si España pudiera llamarse a aquello.

La Transición no ha logrado superar los fantasmas del pasado, que tantas desgracias han traído a España

El Comité Federal del PSOE lo sabe, de ahí que bastantes de sus miembros hayan advertido a su secretario general que tal consulta no será «vinculante» y que él será quien tiene la última palabra, como marcan sus estatutos. Pero tampoco se ha atrevido a rechazar la propuesta de Sánchez por peligrosa que le parezca. La razón es de sobra conocida: temen ser acusados de facilitar que el PP, la derecha, siga gobernando. El más grave de los pecados en que puede caer un izquierdista español. Más grave incluso que España comience su proceso de desintegración.

Eso por no hablar de las consecuencias inmediatas en la economía, del parón de las inversiones extranjeras ante un gobierno «antisistema» y del frenazo de los empresarios nacionales ante fuerzas que los consideran enemigos, y dejo aparte las relaciones con el régimen venezolano y el de Irán, que despiertan todo menos confianza. Pero tales consideraciones, «meramente capitalistas», no inquietan a una izquierda como la nuestra, cuyo objetivo principal y a estas alturas, único, parece ser impedir que gobierne la derecha. Todo lo demás es secundario. En eso, hay que coincidir con ella: la Transición no ha logrado superar los fantasmas del pasado, que tantas desgracias han traído a España, algunas de ellas no tan lejanas.

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