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Donde dije digo...

Sánchez ha engañado a todos. A los adversarios, es normal. A los que le hicieron presidente, no tanto

José María Carrascal

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Relajado, amable, sonriente como si en vez de llevar sólo tres días en La Moncloa, llevara años, e incluso como si le perteneciese, se mostró Pedro Sánchez en sus primeras declaraciones como presidente. Además, lo hizo en la forma política más tradicional: desdiciéndose de cuanto había dicho. Para empezar, anunció que piensa quedarse hasta 2020. ¿Pero no habíamos quedado en que la moción de censura era para echar al corrupto PP y convocar elecciones de inmediato? Pues no, va a agotar la legislatura y eso porque no tiene otro remedio. La segunda sorpresa fue que «no considera al PP corrupto», sino que se dispone a cooperar con él y, para demostrarlo, acepta sus presupuestos y su reforma laboral, con solo algunas correcciones, tras echar pestes de ambos. ¿Cuándo mentía, entonces o ahora? Posiblemente, en ambas. ¿Va a haber más rescates como los del Aquarius? No, no, esa fue una excepción, una emergencia humanitaria, pero a los que llegan en patera se les aplicará la normativa inmigratoria como hasta ahora. O sea, los que se ahogan en el mar de Alborán son distintos de los que lo hacen en el Mediterráneo central. ¿Se acercarán a las cárceles catalanas los nacionalistas presos? Él lo ve «razonable», tras cerrarse el sumario y con el beneplácito del juez que lo lleva. ¿Y los reclusos de ETA? Esos son distintos, pues han sido condenados por terrorismo. O sea, dar un golpe de Estado es menos grave que poner una bomba. No continúo las contradicciones, pues debo comentar el segundo tema del día, y resumo: Sánchez ha engañado a todos. A los adversarios, es normal. A los que le hicieron presidente, no tanto. Pero los tiene agarrados por las partes, como aquel paciente al dentista: «Si me duele, aprieto», o sea, «Si me hacéis la vida imposible, vuelve el PP». «Puedes engañar a uno una vez, pero no a todos siempre», dicen los americanos. A los españoles nos pueden engañar todas las veces si halagan nuestros rencores.

El otro gran tema del día es la candidatura de dos mujeres a la presidencia del PP que, tras la renuncia de Feijóo, quedan como favoritas. Me habrán leído que sería la mejor forma de anular el golpe de efecto del gabinete feminista de Sánchez. Las dos son conocidas, pero Sáenz de Santamaría quedó marcada por haberse dejado engañar por Roures y Junqueras. Mientras Cospedal tiene a su favor que echó a Bárcenas de Génova y le ganó un proceso. Aparte de tener mucho más claro el futuro del partido: regenerarlo, rejuvenecerlo y revitalizarlo. Refundarlo en suma, manteniendo sus esencias, defensa de la libertad, firmeza en la unidad de España, tolerancia cero con los terroristas, apoyo a sus víctimas y atención a cuantos necesitan ayuda, con el denominador común de la igualdad de todos los españoles. «Sé muy bien lo que hay que hacer, y lo haré», dijo, al aceptar el desafío de intentar ser la primera mujer al frente de un gobierno español. ¿Lo conseguirá? Sólo me atrevo a decir: peor que la mayoría de los expresidentes no podrá hacerlo.

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