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Conjura contra el caudillo

Errejón y Bescansa convergerán con el PSOE aunque aún no lo sepan. Y Carmena ya fue de facto su candidata a alcaldesa

Ignacio Camacho

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En las organizaciones comunistas, como en todos los sistemas autoritarios, las conspiraciones sólo pueden acabar en victoria o en muerte; el que se rebela contra el líder más vale que acierte a la primera. Si fracasa sufrirá una purga implacable que hará rodar su propia cabeza. Por eso Errejón no se decide a volver a plantar cara a Pablo Iglesias. Sabe que en la batalla perdida de Vistalegre midió mal las fuerzas y que si lo intenta de nuevo ha de ser con el suficiente respaldo para no quedarse a medias. La propuesta de Carolina Bescansa para dar un golpe en Podemos le crea un problema. Esas cosas se pueden pensar y hasta hablar en secreto, pero ponerlas en un papel –que siempre se acaba filtrando– es toda una torpeza. Por cuestión de mera supervivencia, lo primero que hay que saber antes de tramar una intriga es que las estrategias jamás se cuentan.

Errejón y Bescansa son socialdemócratas pero todavía no lo saben o no lo aceptan; de una forma o de otra convergerán en el PSOE, o en lo que éste se convierta. A medio o largo plazo su destino en política, si es que siguen en ella, consiste en formar con los socialistas una especie de ala izquierda. No encajan en el pablismo ni por talante ni por criterio, igual que Carmena, a la que ayer se supo que Pedro Sánchez ha propuesto ir en su lista como candidata a alcaldesa. En realidad ya lo era. En 2105 –lo sabe bien Antonio Carmona– funcionó en Madrid una especie de ticket izquierdista de facto, planteado de forma encubierta. Carmena era la opción del PSOE en la capital y Gabilondo la de Podemos en la Comunidad aunque oficialmente nadie lo reconociera. En esas fechas a Sánchez, que ya había diseñado su propio asalto a la Presidencia, le convenía forjar con los populistas una alianza previa. En el Ayuntamiento salió bien el plan pero en la autonomía faltó un escaño para culminar la operación completa. Luego, tras las elecciones generales, Iglesias se vino arriba, se vio a las puertas del cielo y se negó a cumplir su parte de la apuesta.

Todos estos movimientos en Madrid, con Cifuentes en el alero, indican que la izquierda barrunta un cambio de ciclo. Si el PP pierde su gran bastión, aunque sea a manos de Cs, se acabó el marianismo. Pero el secretario general socialista ya no parece fiarse de quien zancadilleó su sueño político, y estima que necesita entenderse con gente más a su medida y a su estilo. A su electorado templado le espantan los espectáculos de agitación radical, tipo Lavapiés, que los concejales antisistema acostumbran a montar en el municipio. La idea de birlarle a Carmena a su gran rival lo pone cachondo aunque sea un monumental acto de transfuguismo. Pero las maniobras tácticas han quedado al descubierto y ahora el caudillo extremista está sobre aviso. Aunque es probable que se guarde el agravio, tarde o temprano habrá, al menos a escala interna, vendetta de exterminio.

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