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Cárcel

Cuando el Estado actúa y penaliza a quienes lo intuyeron débil, resulta que el entorno gubernamental se asusta

David Gistau

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EL Gobierno, el PP y los opinadores afines están desolados con el encarcelamiento del antiguo gobierno catalán en su versión desmochada por el presidente a la fuga. Están tan inquietos que sólo ello refuta las acusaciones de manipulación de la Justicia para cumplir unos supuestos deseos de venganza y aplastamiento... Hay que tener en cuenta que el Gobierno y sus opinadores consideraban resuelto el problema político mediante una aplicación del 155 que resultó mucho más armónica y dócil de lo previsto. Estaban dispuestos a dejarlo ahí para fluir sin mayores sobresaltos hacia unas elecciones que permitirían la retirada rápida del menos intrusivo de los 155 posibles. Ahora sienten que el encarcelamiento arruinó esas pretensiones y que puede levantar, como el mal puntillero, a una horda independentista que andaba resignada y tendía antes a la acatación del 21-D que al cóctel molotov.

En la mañana de ayer, fue posible escuchar a terminales mediáticas del Gobierno argumentando contra el encarcelamiento. Contra la dura carga acusatoria, incluso. Sobre todo, contra la inoportunidad política, argumento compartido con las más montaraces tribus de extramuros. Esto, por supuesto, encierra diferentes paradojas. A esos opinadores, como al propio Gobierno, nos hemos pasado varios años oyéndolos decir que el gobierno independentista era un hatajo de golpistas comparable al pelotón de Tejero y merecedor de su mismo destino carcelario. Cuando eso ocurre, resulta que se asustan del embrujo por ellos mismos convocado y empieza a temblarles las piernas, en sintonía con el Gobierno, por lo que pueda suceder en las calles catalanas que permanecían apaciguadas después de la intervención. También, durante años, los hemos oído decir que el independentismo creía en su propia impunidad porque no respetaba ni temía a un Estado maltrecho desde las erosiones de la crisis que concedía oportunidades a sus enemigos internos. Pero cuando el Estado actúa y penaliza a quienes lo intuyeron débil, resulta que el entorno gubernamental se asusta de la misma fuerza que antes exigieron porque parece ser que, políticamente, estamos en otra fase. Se asustan hasta del editorialista del «NYT» que tiene un palo de zahorí para detectar franquismos.

Otra paradoja de estos días es esa en la que incurren los tribunos de la plebe que denuncian intervenciones de la justicia al mismo tiempo que piden que la justicia sea intervenida para adaptarla a la necesidad política y a la atmósfera social. Pero de algo pueden estar seguros los independentistas que atisban manos negras políticas en la acción de la justicia y andan fantaseando con los delitos de pensamiento –acusación para la cual tiene todos los eximentes Rufián–: la juez Lamela ha asustado al PP y al PSOE tanto como a ellos mismos . Rufián, por cierto, uno de los que motejaban de traidores a los que no tiraban p’alante con un gasto personal mínimo, pues precisamente él jamás acabaría en prisión. Hay varios de éstos.

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