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Mayte Alcaraz

Capilaridades

Puigdemont e Iglesias. Objetivo: destruir España

Mayte Alcaraz

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Viendo la portada de ABC reflexioné sobre los complejos arcanos que justifican la convergencia de los dos políticos que la ocupaban: Carles Puigdemont y Pablo Iglesias . El primero, representante de la añeja burguesía catalana tan laxa ella con la corrupción de sus honorables y madres abadesas. El segundo, autoproclamado portavoz del proletariado aunque enrolado en la elitista casta universitaria con cuentas corrientes del petróleo caribeño . Descartada la abundancia capilar que reflejaba la instantánea como otro elemento unificador, más allá de la común necesidad de aplicar el código penal a sus peluqueros, a los dos les une la singular antipatía que despiertan en las alcaldesas de sus ciudades. No hay madrileño al que odie más Manuela Carmena (descontados, claro, los ciudadanos de a pie a los que hace la vida ciudadana imposible) que a Iglesias, que siempre recuerda a la regidora que es mortal en el cartel electoral de Podemos. Y Ada Colau, la ágrafa alcaldesa de Barcelona, está deseando embarcar a Puigdemont en un crucero de Transmediterránea para birlarle el despacho de presidente de la Generalitat.

Seguí buscando coincidencias y reparé en otra. Los dos tienen acreditadas habilidades para lo del ojo ajeno y la viga en el propio. Debajo de esa densa coleta, Iglesias acoge a un funambulista que lo mismo esconde la vocación por las plusvalías en los pisos de protección oficial de su mano derecha que tapa la talegada que se embolsa procedente de democracias tan acreditadas como Irán o Venezuela. Su réplica catalana viene de abstenerse en el Consorcio del Palau de la Música, una más que tibia decisión en la exigencia moral de que se le devuelva a los barceloneses el dinero robado por los amigos de Jordi Pujol ; y con su melena que todo lo tapa ni mu dice del enriquecimiento de la familia o banda para delinquir del expresidente o del embargo de las sedes de su partido que, aunque de PDECat se vista, Convergencia se queda.

Otra concomitancia se halla en su irrefrenable deseo por controlar los medios: los independientes, claro. Si el embrión del soberanismo fue el pensamiento único plasmado en un vergonzoso editorial que firmaron los periódicos catalanes ¿qué puede frenarles para sacralizar esa vocación por el control de la Prensa en su llamada ley de desconexión? Como Puigdemont, Pablo Iglesias y sus huestes también gustan de una sospechosa pulsión por decidir qué portadas , qué informaciones y qué opiniones deben publicar los periódicos. No hay día en que el líder de Podemos o su segundo, Pablo Echenique, el dirigente más "solidario" con la caja común de la Seguridad Social, no afeen las decisiones de las empresas editoras que, en uso de su libertad, optan por interpretar para sus lectores la actualidad. Tiemblan las piernas con solo pensar en la libertad de prensa, felizmente conquistada en la transición que denuestan, en manos de estos sujetos.

Ah y se me olvidaba la coincidencia fundamental de estas frondosas capilaridades: destruir España. No es pequeña, no.

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