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Una buena noticia, finalmente

Posiblemente lo que ha provocado el vuelco es el ser padres, «que te cambia la vida»

Pablo Iglesias e Irene Montero Ángel de Antonio
José María Carrascal

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Me produce una inmensa alegría, una enorme satisfacción, un alborozo tan íntimo como sincero, que Irene Montero y Pablo Iglesias hayan decidido comprar un chalé en una urbanización de la Sierra, al norte de Madrid. A lo que hay que añadir, todo hay que decirlo, una no pequeña sorpresa. No vean en ello el menor rastro de envidia O insidia, sino coincidencia con el paso que han dado, tras haber discrepado con ellos en prácticamente todo lo que han hecho y dicho desde que llegaron a la escena pública española hace ya unos cuantos años. La razón es tan práctica como teórica. Al comprar ese chalé, Pablo e Irene, tal vez sin darse cuenta, han reconocido de golpe la propiedad privada, el mercado, la banca, las hipotecas, es decir, la médula del capitalismo con todas sus consecuencias. La magnitud del precio a pagar por su futura mansión y la suntuosidad de la misma no hace más que aumentar su compromiso con ese sistema que venían criticando y combatiendo con tanto ardor como convicciones, así como la mejor muestra de que creen en su futuro. Lo que significa que, en adelante, les va a ser difícil presentarse como «antisistemas», aunque posiblemente lo hagan. Ambos han querido justificarlo a su manera, él advirtiendo que, con ello sólo, se incorporan a la clase media que se crea en España (o sea que hay recuperación), cuando ya lo eran con sus sueldos de diputados, aparte de que la inmensa mayoría en ese escalón social no pueden permitirse comprar un chalé de ese precio y dimensiones, así que hay que tomarlo como la típica exageración del político. Ella presenta argumentos mucho más realistas y creíbles: que quieren un hogar seguro y cómodo para los mellizos que van a tener. Y ambos subrayan que no van a especular, sino a vivir allí, tal vez distanciándose del compañero de partido que pegó el pelotazo con el piso municipal de Alcobendas.

Posiblemente lo que ha provocado el vuelco es el ser padres, «que te cambia la vida», como oí a un amigo radical con la llegada del primer vástago. Empieza uno, o una, a ver las cosas de otra forma, con perspectivas de futuro, no mirando sólo al presente y, en el caso de políticos, centrado en quitar al que manda para ponerse ellos, sin importar lo que se destroza. Incluso Iglesias puede aducir que no hace más que seguir un principio de Marx, que puede no conozca: Dass Sein bestimmt das Bewusstsein, «Lo que somos determina nuestras convicciones», y, ahora, él tiene que mirar por lo que le espera a sus dos hijos. La España de las próximas décadas que, por las cuentas que hace, no se parece mucho a la que venía proclamando y persiguiendo desde que entró en la vida pública, sino más bien a la que combatía. Es lo que me complace y alegra, deseando a la pareja y su descendencia lo mejor. A lo que no me atrevo es a saludarles a la americana, con un «Welcome to the club» o «Welcome on board». Hasta ahí no llega mi esperanza y optimismo.

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