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EDITORIAL ABC

Boicot fallido a la democracia

Ayer esa mitad de Cataluña que quiere sojuzgar a la otra mitad estigmatizándola como partícipe de la «dictadura» de Rajoy, volvió a quedar retratada en su fractura

Varios manifestantes, la mayoría de ellos estudiantes, cortaron seis vías del AVE de la estación de Sants EFE

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Lo ocurrido ayer en Cataluña no fue una huelga general, sino el enésimo intento de un boicot violento a nuestra democracia por parte del independentismo más irracional. El paro masivo convocado ayer resultó un absoluto fracaso en Cataluña, y la movilización de los separatistas en apoyo de Puigdemont y los miembros de su antiguo gobierno encarcelados ni siquiera llegó a simulacro. Fue otra fase más de una pantomima alimentada con protestas minoritarias, pero muy violentas, para tratar de mantener vivo un proceso separatista que ya no tiene más recorrido. ¿Realmente nadie del movimiento independentista se ha dado cuenta de que son rehenes de su propia inconsciencia y de que el responsable de este desaguisado que arrastra a Cataluña a la ruina es un delincuente que permanece huido de la Justicia española? Lo que hace Puigdemont es mofarse de una figura tan seria como es el exilio forzado por razones políticas, porque solo intenta adornar su huida con un dramatismo que no tiene. La calidad de nuestra democracia está a salvo de personajes como Puigdemont y de todos aquellos que se propusieron ayer paralizar Cataluña cortando carreteras, vías férreas, saboteando transportes y amenazando a quienes querían trabajar con normalidad, conscientes de que lo que está en juego es su puesto de trabajo. Resulta irrisorio que colectivos de universitarios exijan a los rectores aprobar sin exámenes porque dedican su tiempo a luchar por la independencia. Y resulta trágico que haya profesores de escala infantil que aleccionen a los niños con la falsa existencia de «presos políticos» en España. El secesionismo tardará décadas en darse cuenta del enfermizo grado de su obsesión identitaria.

Resulta más llamativo aún que el PSOE haya apoyado en el Congreso una iniciativa de ERC en defensa del sistema educativo impuesto durante décadas en Cataluña, con la inmersión lingüística como baluarte y la marginación del españolismo como bandera de su odio. El PSOE sigue instalado en unos peligrosos equilibrios con los que tiende sistemáticamente a coquetear con quienes quieren romper España. Sánchez debe reflexionar sobre si su discurso en defensa de la unidad de España es sincero. Porque dar bazas a ERC, cuando los sondeos pronostican su triunfo en las elecciones catalanas del 21-D, solo alimenta la tesis de que el PSC, apoyado por el PSOE, estaría dispuesto a repartir cuotas de poder con el partido de Junqueras, encarcelado por su participación en un aparente delito de rebelión. Ayer esa mitad de Cataluña que quiere sojuzgar a la otra mitad estigmatizándola como partícipe de la «dictadura» de Rajoy, volvió a quedar retratada en su fractura. El independentismo se ha roto en pedazos y muchos de los que aclamaban a Puigdemont ya lo perciben solo como un simple iluminado que consiguió engañarlos a todos.

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