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El bando equivocado

El conflicto catalán ofrece en su calamidad algún beneficio: está arrastrando a Podemos al suicidio político

Ignacio Camacho

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El movimiento independentista es una catástrofe descomunal para Cataluña y para España, una calamidad que estraga la economía y envenena la convivencia con un encono dañino. Pero no hay infortunio, por sombrío que parezca, en el que no se pueda abrir alguna ventana, siquiera colateral, de optimismo. En ese sentido el conflicto catalán ha proporcionado de rebote a la nación española dos inopinados beneficios: de un lado la espontánea oleada de patriotismo constitucional expresada en las banderas de los balcones, y de otro la grave confusión estratégica que Podemos ha cometido y que puede arrastrarlo hacia el suicidio político.

Toda la habilidad intuitiva que Pablo Iglesias tiene para la propaganda oportunista de efecto inmediato se transforma en ineptitud para el pensamiento estratégico; con la palabra "gente" todo el día en los labios no sabe leer el pensamiento auténtico del pueblo. En el caso de Cataluña, sus prejuicios ideológicos le han empujado a un error autodestructivo inmenso que sus correligionarios más lúcidos empiezan a poner de manifiesto: obsesionado con liquidar el régimen constitucional se ha dejado iluminar por el carácter revolucionario del proceso. No ha visto en él más que la hoguera donde quemar el sistema constitucional sin reparar, con su habitual soberbia, en que está incinerando en ella su propio proyecto.

En cierto modo era lógico que un partido populista se sintiese impelido a converger con el nacionalismo; son las dos grandes mitologías políticas del último siglo. Pero es el carácter desigualitario del desafío separatista lo que Iglesias no ha querido captar, o más bien lo que ha preferido ignorar para desesperación de sus compañeros de partido. Podemos tuvo éxito por defender un modelo radical –extremista– de igualdad social y sus votantes no entienden que el afán de ruptura de su líder le impida apreciar la antipatía que suscitan los abanderados del supremacismo.

Los militantes sienten además que la apuesta de Iglesias por el soberanismo, acaso para tratar de llevar al poder a Ada Colau, externaliza la marca en una franquicia ajena. Y sobre todo perciben con alarma que su electorado nacional es en su mayoría refractario a la independencia. Podemos se desploma en las encuestas e Iglesias reacciona con purgas contra quienes, como Carolina Bescansa, se atreven a cuestionar la estrategia y piensan que todo eso de la "conjura monárquica" y la represión franquista sólo está sirviendo para regalarle al PSOE el liderazgo de la izquierda.

Es una buena noticia para todos los que creen en la responsabilidad como requisito imprescindible de cualquier aspirante al Gobierno. Podemos se está al fin mostrando como lo que es: una fuerza antisistema, liquidacionista, incapaz de estar a la altura del momento. Algo positivo hay en el fondo de todo esto: cuando el adversario se equivoca no conviene distraerlo.

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