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Ignacio Camacho

La bancada

El nuevo Parlamento catalán explica la similitud de la estelada con la bandera cubana. Simboliza el mismo trayecto histórico

Ignacio Camacho

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Por si no quedaba claro se han cambiado de bancada. El antiguo partido-guía de la burguesía catalana, aquella Convergencia de centro-derecha que gobernaba la autonomía en coalición con los democristianos, se ha subsumido en el magma radical de una suerte de confederación rupturista nucleada en torno a la mitología de la emancipación. Sus diputados, con Mas como improbable líder, han votado como presidenta del Parlamento a una exaltada activista asamblearia, una colau del secesionismo, junto con los antisistema de las CUP, algunos excomunistas, los extremistas de ERC y la mitad de los representantes de Podemos. Un ramillete escogido por su ponderado equilibrio ideológico, lo mejorcito de cada casa. Ahí están sentados los restos del pujolismo, manchados del barro del tres por ciento, y esos son sus socios en el empeño de fundar un Estado. Con la foto de este pasado lunes se entiende mucho mejor la similitud de la estelada con la bandera cubana. Simboliza el mismo trayecto histórico.

Esta es a día de hoy la expresión política de la Cataluña emprendedora, la pujante clase media que activa casi una quinta parte del PIB español. Sus intereses los administra una tribu de iluminados fundamentalistas de corte revolucionario que se consideran portadores de un designio mesiánico y cuyo programa de gobierno consiste en un golpe contra la Constitución. Y esto es así porque previamente han recibido el voto mayoritario de una comunidad de ciudadanos que no puede llamarse a engaño: si de algo no cabe acusar esta vez a los soberanistas es de ambigüedad sobre sus aspiraciones. La sociedad catalana tiene lo que ha elegido; este mapa radicalizado es producto de un recalentamiento colectivo, de una ofuscación narcisista que le ha empujado a abandonar la moderación y el pragmatismo para enfrascarse en un ficticio conflicto de identidades.

Ese Parlamento es, por desgracia, el retrato de la Cataluña de hoy, dividida por un proyecto de ruptura que ha empezado por romper su propia concordia interna. Nada refleja mejor el dominante clima de extremismo sectario que la amalgama ideológica en que se ha transformado el antiguo nacionalismo: un frente de exclusión con fuerte acento de ultraizquierda y rasgos de anticapitalismo visceral. En su galopada suicida, Mas está entregando el liderazgo social de su partido a sus enemigos naturales. Pero también sus tradicionales sectores de apoyo, el tejido empresarial, financiero y comercial de una sociedad rica, estable y dinámica, parecen haber renunciado a sus principios y valores para envolverse en el delirio sentimental de la independencia. Ese credo único esconde una trampa liquidacionista y cuando despierten de la ensoñación será tarde. Aún no lo saben pero no se encaminan a un cambio de país ni de Estado, sino de sistema. Si no fuese porque hay una mitad de ciudadanos al margen, tal vez se lo merecieran.

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