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Ignacio Camacho

El amor en tiempos de la cólera

Ignacio Camacho

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En vísperas de San Valentín, Rajoy y Sánchez han compuesto una cita de divorciados mal avenidos, sin nada que decirse excepto los reproches ya sabidos y guardados de una relación estéril. Ni siquiera tenían nada que romper porque la relación está hecha trizas incluso desde antes de que la escenificaran en un debate televisado que pareció una trifulca de «Sálvame». Un encuentro hosco en medio del múltiple flirteo político de estas semanas de preinvestidura en las que los ritos de apareamiento parecen más bien el ajuste de precios de un barrio rojo. En política, un ámbito natural de rivalidades, no existe el amor, y menos desinteresado. Sólo los matrimonios de conveniencia, que son, según Oscar Wilde, aquellos que se celebran entre personas que no se convienen en absoluto.

Por eso hay que desconfiar de una oferta nupcial de Pablo Iglesias, un tipo que admira «Juego de tronos». En esa serie los esponsales acaban en degollinas porque son meros cebos en una lucha cruenta por el poder. El imaginario político de Iglesias, verbalizado en su larga etapa de tertuliano, es de una violencia darwinista incompatible con el sentimentalismo. Quiere juntarse con el PSOE para practicarle el ritual caníbal de las mantis, como intuye Susana Díaz; por eso ella prefirió un romance con Ciudadanos, gente más aburrida pero de mayor confianza. Sánchez también lo sabe, pero le tienta demasiado vivir en La Moncloa, aunque sea durmiendo con su enemigo. Si cuaja la boda, esa pareja se va a vigilar de reojo como Jack Nicholson y Kathleen Turner en la inolvidable escena de «El honor de los Prizzi». Habrá pistolas y cuchillos debajo de las almohadas.

En política no hay más erótica que la del poder. El amor es lo que un político siente cuando alguien le ofrece un ministerio

Hoy por hoy es el único maridaje posible, aunque haya que hacerles sitio a los soberanistas como amantes ocasionales para sobrellevar esa rutina tan pesada que, otra vez el tito Oscar, se necesitan al menos tres para soportarla. Medio Madrid sospecha que los preparativos del casorio se gestionan en secreto y con celestineo de intermediarios mientras los tórtolos se hacen mohines alternativos de desdén y de deseo. Sánchez blanquea el idilio coqueteando con Rivera, un amor lógico pero inviable al que utiliza para tranquilizar a la familia (socialista). La entrevista con Rajoy era de mero protocolo, para parecer personas civilizadas cuando se trata de los nuevos Montescos y Capulettos, condenados al enfrentamiento y la tragedia. No hay una pizca de química. El presidente es un hombre gélido, pragmático, de vuelta, y el candidato es joven, ambicioso y cree en las grandes pasiones turbulentas. Absolutamente incompatibles hasta para estrecharse la mano. No es al altar donde quieren ir, sino al funeral del adversario.

En cualquier caso, este proceso de cortejo carece por completo de emociones y hasta de deseos; no hay más erótica que la del poder. En política el amor es eso que sientes cuando alguien te ofrece un ministerio.

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