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Amigo de todos

Qué novela habría escrito Tom Wolfe con Zaplana

Luis Ventoso

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Un relaciones públicas superdotado, capaz de irrumpir en el iglú de unos desprevenidos esquimales y colocarles un ventilador. Percha estilizada y pelo azabache, tan esculpido que parecía disponer de barbero de guardia. Aspiraciones de dandismo, con las americanas azules perfectamente cortadas, los mocasines de borlas, el pantalón gris de sastre caro y preciso; las camisas a medida, en los felices noventa, de cuellos redondeados e italianizantes. Cuentan los cotilleos peperos que una vez, siendo ministro de Trabajo, se inventó una innecesaria visita a su homólogo británico solo para reponer su repertorio de corbatas en las sastrerías de Jermyn Street. ¿Imagen de marca? La sonrisa blanquísima y ultra cordial resaltando sobre un bronceado inextinguible, al que no renunció ni cuando la enfermedad y los médicos recetaban menos sol. Era «el amigo de todo el mundo». El ministro de Trabajo adorado por los sindicatos. El diplomático que se entendió con Pujol. El sonriente barón que jugaba al pádel con Aznar (por entonces sin un poco de vela y pádel eras un gañán). El político que tras ser suavemente apartado por Rajoy todavía logró que Telefónica le regalase una tarjeta cara.

La frase más célebre que se le atribuye («yo he venido a la política para forrarme») es falsa. En realidad la pronunció un alcaldillo en las grabaciones del caso Naseiro. En aquellas cintas, Zaplana se limitaba a comentar que necesitaba pasta para un cochazo. Pero aun siendo apócrifa, la cita podría resumir su biografía. Tengo un amigo escritor que de mozo fue pincha en Benidorm. Fue el primero al que le escuché rajar sobre las vidriosas proezas de Zaplana. Siempre lo circundó una nube de rumores, pero él replicaba que jamás lo habían imputado. Llegó a la alcaldía de Benidorm por cortesía de una tránsfuga socialista, a la que alguien escondió en el hotel de un casino. Salió vivo de las cintas del caso Naseiro, surfeó sobre la sima de Terra Mítica y, últimamente, vadeó también el caso Lezo. Ahora un juzgado de Valencia ha ordenado detenerlo en su magnífica vivienda del centro de la ciudad. Cae por una tentación habitual: intentar repatriar el botín comisionista escaqueado en fondos opacos de ultramar. Hablan de mordidas por diez millones de euros, que habría empaquetado en su época de presidente valenciano: un pellizco de las ITV, un cachito de los parques eólicos...

Algún compañero de su partido, también del clan de los bronceados, le llamaba «el campeón». Zaplana era rápido, preciso y exigente en la toma de decisiones. Habilísimo. También con toques de astracán mediterráneo: siendo ministro le otorgó la Medalla del Mérito al Trabajo a su propio urólogo. Encarna el aliento de una época: aquella democracia de pobres controles y fiebre ladrillera, donde todos los partidos se financiaban en B. El difunto Tom Wolfe habría compuesto una gran novela barroca con tan escurridizo encantador de serpientes (y hasta habría fabulado sobre quién era la serpiente). Cae el telón para Zaplana y tal vez quede archivado a la vera de Guzmán de Alfarache y Lázaro de Tormes. Algún día, por cierto, Aznar nos explicará cuáles eran sus criterios de selección de personal.

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