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David Gistau

Acelgas

El día que Schz termine yéndose con Podemos, podrá decir que itentó construir una alternativa

David Gistau

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Convengamos que ninguna cosa autodenominada «progresista-reformista» puede resultar excitante. De tratarse de un plato, llevaría acelgas. No evoca precisamente la d’annunziana «vita pericolosa». Un ahijado mío se ha hecho militante de Ciudadanos y me he quedado preocupado porque me parece que se va a dejar muchas gamberradas sin hacer si está ya en un estado existencial como para tomar semejante decisión que no lo caracteriza como chaval por el que te llaman desde comisaría. A los 20 años, donde hay que apuntarse es en la Legión Extranjera y firmar Beau Geste. O hacerse grumete, qué sé yo.

Por otra parte, si algo necesita la España contemporánea es el predominio de formaciones antipiréticas. A este país hay que bajarle la temperatura mesiánico/revolucionaria, el acceso populista que sufre desde que la lucha de clases vuelve a ser el eufemismo redentor del rencor. La infinita abulia que sugiere una conversación «progresista-reformista» entre Albert Rivera y Pdr Schz trae asociado el alivio por dar a la socialdemocracia una salida distinta a la que propulsa el asalto del poder por parte del Partido Distópico. La cara de enfurruñados de los negociadores de Podemos –Errejón enfurruñado como si no le dejaran ver «Peppa Pig»– mientras posaban a lo «Reservoir Dogs» nos complace porque sugiere que existe una opción distinta del reduccionismo a lo años treinta que Podemos cultivó estas semanas a base de rescatar el eje izquierda-derecha ahora que el de arriba-abajo ya no le resulta útil. Por eso le será difícil al PP regañar con éxito a aquellos de sus votantes que migraron a C’s, pero no para que su voto sirviera a la socialdemocracia: la urgencia de frenar a Podemos lo hará justificable. Urgencia para la cual el PP no ha aportado otra solución que las deserciones de Rajoy y su abandono del escenario, así como sus otras regañinas, éstas al Rey, por no subordinarse a su estrategia de dejarlo todo paralizado en España hasta que no quedara más remedio que permitirle gobernar a él.

Tenemos pues dos enfurruñados, Podemos y PP. Y otro eje –será por ejes–, el de los Constitucionalistas –otra vez acelgas–, que ha cursado a Rajoy una invitación de pertenencia que es venenosa y malintencionada, como todas las astucias políticas. De ser rechazada, lo que el PP estará transmitiendo es que todos sus augurios apocalípticos acerca de Podemos no le impiden negarse a parar el populismo pagando como único tributo la renuncia de Rajoy a la ambición personal de poder. El día que Schz termine yéndose con Podemos, podrá decir que intentó construir una alternativa, pero que ésta fue destruida por el PP. En realidad, según como se mire, y habida cuenta de que hasta los enfurruñamientos son teatrales, podría darse la paradoja de que el triste pacto «progresista-reformista» sólo haya sido concebido para trasladar al PP la culpa de cuando el CNI se convierta en la Stasi y decrete qué ciudadanos han de ser apartados para su reeducación por el Ministerio de la Verdad.

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