EL ÁNGULO OSCURO
NOCHE OSCURA
En una época tan maltrecha resulta significativo que casi hayan pasado inadvertidas las palabras que Benedicto XVI ha pronunciado ante la curia
COMO era previsible, a una primera fase de estupefacción y revuelo informativo causados por la noticia de la renuncia de Benedicto XVI, le ha sucedido otra de especulaciones rocambolescas. Estaba cantado que una noticia tan excepcional iba a desatar una bulimia informativa que los primeros días se colmó con análisis apresurados, entrevistas a personajes de relumbrón y las consabidas y banales «quinielas de papables»; pero, pasados esos primeros días, los medios de comunicación, en su afán por no interrumpir el flujo informativo, se han dedicado a propalar (algunos con evidente mala fe, otros por propensión genética al amarillismo, otros por falta de criterio) pretendidos escándalos, fundados en informes ultrasecretos a los que habrían tenido acceso… por ciencia infusa. Ya se sabe que el diablo, cuando no tiene nada que hacer, espanta moscas con el rabo; y en estos días de sequía informativa (¡con el Papa haciendo ejercicios, para más inri!), el carroñerismo periodístico ha distraído la ociosidad con mucho corta y pega, con mucho «se comenta» y «según fuentes próximas al Vaticano», que vuelven a poner en entredicho el papel de la prensa y, sobre todo, el tratamiento que la información religiosa recibe en los medios generalistas, encomendada a personas sin formación, cuando no aquejadas de obsesiones que reclaman tratamiento clínico. Por fortuna, aún restan gozosas excepciones -este periódico es una muestra- en medio de tanta inmundicia.
Tampoco ha colaborado, en honor a la verdad, a mejorar las cosas, el tono eufórico y arrebatadamente optimista con el que cierto oficialismo católico ha despachado la renuncia papal. Aquí vuelve a demostrarse la dificultad (¿imposibilidad?) de un periodismo católico consciente que, desde el amor a la Iglesia, pueda cuestionar ciertas decisiones, tal vez porque nuestra maltrecha época solo admite las adhesiones ciegas y las animadversiones también ciegas. Y en una época tan maltrecha resulta significativo que casi hayan pasado inadvertidas las palabras que Benedicto XVI ha pronunciado ante la curia, al concluir los ejercicios espirituales; palabras que juzgo importantísimas, llenas de un aliento escatológico y profético que refleja a la perfección la gravedad del tiempo presente:
-A partir de los Salmos y de nuestra experiencia cotidiana, [descubrimos] que el «muy hermoso» del sexto día -expresado por el Creador- es permanentemente cuestionado, en este mundo, por el mal, el sufrimiento y la corrupción. Casi parece que el maligno quiera ensuciar permanentemente la creación, para contradecir a Dios y hacer irreconocible su verdad y su belleza. En un mundo tan marcado por el mal, el «Logos», la Belleza eterna y el «Ars» eterno, debe aparecer como «caput cruentatum» (cabeza herida). El Hijo encarnado, el «Logos» encarnado, lleva una corona de espinas, y sin embargo, así, en esta figura sufridora del Hijo de Dios, empezamos a ver la belleza más profunda de nuestro Creador y Redentor; podemos, en el silencio de la noche oscura, escuchar su Palabra. Creer no es otra cosa que, en la oscuridad del mundo, tocar la mano de Dios, y así, en silencio, escuchar la Palabra, percibir el Amor».
La alocución del Papa se remató con una afirmación esperanzada en la victoria final de Dios, pero la meditación en torno al «caput cruentatum», a la acción del maligno, al silencio de la noche oscura y a la creación ensuciada permanentemente por el mal, el sufrimiento y la corrupción, adquiere un tono admonitorio incuestionable. Sobre todo, si consideramos que tales palabras las dirigía a la curia romana.
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