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Santiago Vivanco, director del Museo del Vino: «A las uvas también les gusta que les canten y lean poemas»

La tierra hace el buen vino, el enólogo sólo tiene que intentar estropearlo lo menos posible, explica este riojano, cuyos vinos se encuentran entre los mejores del mundo

Santiago Vivanco, director del Museo del Vino: «A las uvas también les gusta que les canten y lean poemas» JUSTO RODRÍGUEZ

PILAR QUIJADA

El otoño colorea los viñedos riojanos. Cada variedad tiene un matiz cromático diferente, explica Santiago Vivanco, gran conocedor de este paisaje que aspira a ser Patrimonio de la Humanidad. Nacido en Logroño en 1973, en el seno de una familia dedicada al vino desde hace cuatro generaciones, Santiago, fundador y director del Museo de la Cultura del Vino, se define como humanista. Estudió Derecho y gracias a él «descubrió a los clásicos, la filosofía, la ética» y se enamoró de la poesía. Un enamoramiento muy productivo, porque ya va por su octavo libro. En su último «retoño», que se publica ahora, habla de un recuerdo imborrable de su infancia, las choperas, en las que desaparecía durante horas, con sus amigos, libres de las miradas adultas, para dejar volar la imaginación y jugar a ser héroes, comenta. «Las choperas vírgenes, como selvas en mis juegos, ya no existen, ni mis hijos podrán ser héroes en ellas. Lo más parecido al susurro del mar en mi Rioja es meterse bajo una chopera, cerrar los ojos y escuchar», escribe en uno de los poemas que ahora ven la luz.

«En las choperas hacíamos cabañas, jugábamos a caballeros, piratas, héroes... Me encantaría que mis hijos pudieran jugar igual. Pero ahora están llenas de basura», denuncia. Y sus ojos no pueden cerrarse al abandono que sufren. Su localización a las afueras de los pueblos, cerca de los ríos, favorece el triste destino actual de vertederos, explica. A la gente le cuesta ir al basurero oficial y dejan los escombros entre los chopos. El arbolado permite llevar a cabo este atentado sin ser vistos y, de paso, eludir la multa. «Me da muchísima pena ver cómo las maltratan y contaminan», se lamenta.

«El cambio climático se nota mucho en la viticultura»

Cada mañana, sobre las 7.30, Santiago recorre el camino que separa su casa, en Logroño, de Briones, donde están las bodegas y el museo. «Es un viaje de 34 kilómetros muy bonito. Media hora en la que vas viendo cómo cambia el paisaje según la estación del año y la climatología». Un viaje de ida y vuelta muy especial, asegura, que le gusta recorrer en silencio o escuchando música clásica, Bach, barroco italiano, guitarra clásica. «Tengo la suerte de ser amigo de Pablo Villegas, uno de los grandes guitarristas internacionales». El trayecto «es un momento de predisposición para afrontar el día y llegar a la oficina con menos problemas, más paz y confianza».

Llegó al vino por su cultura y su historia. Nada menos que 80 siglos, que se dice pronto, «en los que hombre y vino han convivido y se han dado mutuamente mucho. Hay una cultura del vino, que no solo es saber beber, sino que ha generado un vocabulario y una forma de vivir. La gente que cultiva la vid tiene una forma de ser especial y muy similar en todas las partes del mundo», explica. Y añade que la vid va ganando terreno: «Ya llega a zonas donde antes no se podía cultivar: Brasil, Venezuela, Inglaterra, que nunca había producido vino, lo tienen desde hace una década. Cada vez se cultiva la vid en zonas más altas, por el calentamiento. El cambio climático en la viticultura se nota, y mucho».

Atalaya privilegiada

Una atalaya especial para Santiago es el Castillo de Davalillo, que ofrece una excelente panorámica del paisaje. Un paisaje del vino y el viñedo de La Rioja incluido en la lista de bienes culturales candidatos a ser Patrimonio de la Humanidad. El castillo, en ruinas y «necesitado de intervención urgente», «es un mirador excelente al Ebro, desde el que se divisa casi toda La Rioja Alta. Es precioso ver el cambio de color según la estación. En verano domina el verde de los viñedos. En otoño, la época que más me gusta, los ocres y amarillos. Los viñedos cuyas hojas se vuelven rojas son de uva tinta; los amarillos, de uva blanca. Y por las tonalidades, se puede distinguir incluso la variedad de uva: tempranillo, garnacha... Así como en verano es un paisaje más uniforme, verde, ahora es un puzle con parcelas muy pequeñitas, que forman un gran mosaico de color».

Este sitio ha fascinado siempre a Santiago, incluso en invierno, «cuando está podado y predomina la tierra, la vid desnuda, pero con muchísima fuerza. Es el contraste entre tierra húmeda y roca caliza de la sierra de Cantabria. Un paisaje mágico que poca gente conoce. Y tiene muchos caminos para practicar senderismo».

Esta panorámica ayuda a Santiago a disipar el estrés. «Me olvido de todo. A vista de pájaro te dejas llevar y los problemas quedan abajo, en la bodega». Este lugar también hace las veces de «sala de reuniones» donde se toman importantes decisiones. «A mi hermano Rafael y a mí nos gusta pasear mientras hablamos de cosas importantes, de la empresa o familiares. Una empresa familiar requiere mucha comunicación. Tenemos que buscar esos ratos y queremos hacerlo en plena naturaleza, fuera de la bodega. El paisaje nos ayuda a sacar lo mejor de nosotros mismos», asegura.

Recupera variedades tradicionales y menos conocidas de La Rioja

Aquí trae a sus amigos, especialmente cuando visitan La Rioja por primera vez. Y todos vuelven después a este rincón especial de Santiago. También le gusta venir en compañía del guitarrista riojano Pablo Villegas, cuando vuelve de sus giras internacionales. «Compartimos el gusto por este sitio mágico, donde nos olvidamos del día a día y el estrés. Con el aire de la montaña miramos el paisaje y disfrutamos de la amistad». Otro de sus lugares favoritos, de nuevo atalaya inmejorable, es el castillo de Clavijo, situado en «la primera gran montaña de la zona centro, desde donde se divisa todo el valle del Ebro». Zona estratégica donde, según la leyenda, se apareció el apóstol Santiago, allá por el año 844, para inclinar la balanza en favor de Ramiro I de Asturias que logró vencer a Abderramán II.

«Me he criado al lado de un río, rodeado de chopos, huertas, cultivos. Verlo desde la infancia ha hecho que tenga un cariño especial por el campo, la vegetación y la fauna», explica el fundador del Museo de la Cultura del Vino , que la Organización Mundial del Turismo ha calificado como el mejor del mundo. No es de extrañar que por él hayan pasado ya un millón de personas. Una delicia oírle hablar de la primera divinidad egipcia asociada al vino, una diosa «adelantada a su tiempo» en un mundo «muy machista» en el que las mujeres ya se abren paso como enólogas, al frente de muchas bodegas.

Un paseo por la historia que recorren quienes visitan el Museo, del que parten iniciativas culturales, para que uvas y caldos se críen al son de la música y la poesía: «A las uvas también les gusta que les canten y lean poemas. Al final tiene que salir mejor vino». No es de extrañar que sus vinos estén entre los mejores del mundo según revistas de la talla de «Wine Spectator» y «Wine & Spirit». El secreto, la idea de su hermano Rafael de recuperar variedades tradicionales y menos conocidas de La Rioja. Luego «la tierra hace el buen vino, el enólogo sólo tiene que intentar estropearlo lo menos posible».

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