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palacio de anglona

Un jardín de príncipe en Madrid

Vecino de la Plaza de la Paja, casi oculto, se trata de una de las pocas zonas verdes nobiliares de la ciudad

Un jardín de príncipe en Madrid ignacio gil

ángel antonio herrera

No es Madrid ciudad demasiado populosa en parques, y aún menos en jardines, pero de pronto se da por ahí una maravilla recóndita, una reliquia insólita, un recodo impensable que tiene todo el susto de la belleza. Así, el Jardín del Príncipe de Anglona . Un jardín, cualquier jardín, visto así a bulto, en un reojo general, viene a ser un parque más la poesía, pero este que hoy glosamos es eso mismo pasado por el romanticismo, porque se trata de uno de los ejemplos escasísimos, en la ciudad, de jardín nobiliario del siglo XVIII.

Queda es la desgarradura norte de la Plaza de la Paja, y tiene un prestigio de jardín oculto, casi clandestino, porque vive entre tapias, y a él se accede por una puerta breve y enrejada, como si entráramos a otro siglo, sigilosamente.

En su origen, el jardín estuvo vinculado a la casa palacio que queda aledaña, una casa que tuvo ilustres propietarios, desde Antonio Alfonso Pimentel y Herrera Ponce de León, XI Conde de Benavente, hasta Pedro de Alcántara Téllez Girón, Príncipe de Anglona y Marqués de Javalquinto. Hubo más. El jardín, tal y como hoy se visita, fue un encargo de los Marqueses de la Romana a Winthuysen, pintor y diseñador de jardines, allá por 1920. Hoy el Jardín es de titularidad municipal, y está abierto al público, aunque es un lugar de soledad silenciosa. Ni los japoneses de la zona turística, que fotografían hasta las farolas, suelen descubrirlo.

Una joya oculta

Ya digo que queda en un costado de la Plaza de la Paja, asomado en altura sobre la calle Segovia, sobre un terraplén artificial. Si miras desde la calle, ves una muralla. Si te acercas por el frente contrario, apenas sospechas que aquello es un paraíso en síntesis, abierto al transeúnte. Pero es una joya ensimismada, un sitio de ocultamiento, una esquina que está en vuelo, con madroños y almendros. Vendrá a tener unos 500 metros cuadrados, y algunos adolescentes vienen a deshoras de media mañana a jugar al amor, que es cosa que ya va extinguiéndose en los parques, porque hay internet. Flota en todo el jardín una sombra espesa, que es la que atribuimos a los jardines románticos de la literatura y el cortejo. Luce fuente central, dos pérgolas y un cenador.

Como todo jardín romántico, de aire neoclásico, se somete a una fuerte simetría. Pero uno no aprecia sino que el tiempo ahí está parado, a contracorriente del estrés de la ciudad, entre rosas ciertas y pilastras pensantes.

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