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Las idas y venidas del cuerpo incorrupto de San Isidro Labrador

Se acudía al santo madrileño en cuanto había una sequía o enfermaba algún rey

Las idas y venidas del cuerpo incorrupto de San Isidro Labrador abc

m.arrizabalaga

Cuando en mayo de 1985 se descubrió por última vez el arca con los restos de San Isidro Labrador con motivo del primer centenario de la diócesis Madrid-Alcalá, se vio cómo el cuerpo de este santo madrileño del siglo XII seguía «prácticamente entero, incorrupto y en buen estado», según asegura Luis Manuel Velasco, teniente de hermano mayor de la Congregación de San Isidro .

Para Velasco, «el hecho más milagroso» de San Isidro que se puede apreciar hoy es precisamente «que se conserve su cuerpo incorrupto desde el siglo XII », sin ningún tipo de cuidado en cuanto a temperatura o humedad que se requeriría para mantener así un cadáver. Los restos del patrón de los agricultores reposan junto a los de su esposa Santa María de la Cabeza desde el siglo XVIII en la Real Colegiata de San Isidro de Madrid , situada en la calle Toledo. Allí ordenó Carlos III que fuera trasladado el cuerpo incorrupto de San Isidro en 1769 y allí disfruta en los últimos años de un descanso que no tuvo en siglos, cuando fue llevado de aquí para allá, según lo requería la sequía o las dolencias de los monarcas.

El primero de sus traslados se remonta al 2 de abril de 1212 cuando su cuerpo fue encontrado íntegro e incorrupto, con su mortaja entera y en buen estado pese a que habían transcurrido ya cuarenta años de su fallecimiento. Según relata José Manuel Alcalá, congregante de San Isidro, «hubo unas lluvias torrenciales en Madrid que desenterraron cadáveres del antiguo cementerio de San Andrés, entre ellos el de San Isidro», que había fallecido en 1172 a la edad de 90 años. Por aquel entonces, «todo el mundo sabía donde había sido enterrado», explica Alcalá, porque ya en vida era conocido por su bondad y los milagros que se le atribuían, como la resurrección de su hijo en el pozo o el famoso de la olla con la que junto a Santa María de la Cabeza dio de comer a una multitud.

El Códice de Juan Gil de Zamora cuenta cómo el cuerpo incorrupto de Isidro Merlo Quintana, como se llamaba en realidad aquel campesino madrileño que había servido a don Juan de Vargas, fue colocado en el altar mayor de la iglesia de San Andrés. Cuenta la leyenda que aquel mismo año de 1212 el santo se apareció a Alfonso VIII antes de la Batalla de Las Navas de Tolosa y éste tras la victoria acudió a visitar su cuerpo en Madrid.

No habían pasado ni 20 años cuando el cuerpo de San Isidro fue sacado y colocado en un lugar de honor para rogar por su intercesión que lloviera, una acción que se repetiría en otras ocasiones, como en 1275 cuando se llevaron sus restos en procesión hasta la Basílica de Nuestra Señora de Atocha, según recoge el Códice.

No solo se invocó a San Isidro para implorar la lluvia. El escrito de Juan Diácono cuenta que en 1266 un clérigo ciego sanó tras restregarse los ojos con lienzo cortado de la mortaja del santo, lo que aumentó aún más una devoción por el santo labrador en la que participaron «todos los reyes ya fueran Trastámaras, de la Casa de Austria o Borbones», señala Velasco.

Mordido en el pie

La tradición cuenta que durante la visita de Enrique II (1369-1379) su mujer Juana Manuel quiso llevarse un brazo del santo como reliquia y que por eso desde entonces está sujeto con una cinta. Así se contaba ya en una descripción del cuerpo del santo de 1504 que lo describe «entero, en hueso e casi entero, salvo el brazo derecho despegado del cuerpo que dicen que le hizo despegar la reina doña Juana».

A otra visita real atribuye la historia la falta del dedo pulgar del pie derecho del cuerpo del santo. Al parecer, durante una visita de la reina Isabel la Católica, una de sus damas lo arrancó con los dientes al besar el pie y se lo llevó consigo, pero tuvo que confesar su acción cuando los caballos de la comitiva se negaron a cruzar el río Manzanares. El dedo fue devuelto y colgado del cuello del santo en una bolsa. Hoy se encuentra en paradero desconocido.

El afán de la familia Vargas de dar una capilla digna al santo que había trabajado a su servicio llevó a su traslado en 1535 a la capilla del Obispo, pero en 1555 fue de nuevo devuelto a San Andrés por unos años más hasta que al caer enfermo Felipe III en Casarrubios del Monte (Toledo) se decidió su traslado a hombros hasta allí para que el rey venerara la santa reliquia. Según la tradición, el rey se recuperó poco después y San Isidro pudo volver en 1619 a la iglesia de San Andrés.

Fue sacado en procesión el 15 de mayo de 1620 para festejar su beatificación y dos años después por su canonización junto a San Ignacio de Loyola, San Francisco de Javier, Santa Teresa de Jesús y San Felipe Neri.

El santo siguió siendo llevado durante años a palacio cuando los reyes enfermaban. Mariana de Neoburgo , agradecida por su intercesión, donó un arca en la que aún se conserva el cuerpo incorrupto de San Isidro con nueve llaves, una de las cuales conserva la Casa Real. A ella se suma un arca exterior con otras cuatro y dos candados que suman en total quince llaves aunque, según Velasco, «no funcionan hoy, es algo testimonial».

De una apertura del arca se cuenta que el cerrajero de Carlos II arrancó un diente al santo y al ser descubierto, se lo ofreció al rey, quien lo cosió bajo su almohada en su última enfermedad. También una duquesa contó haber obtenido un dedo para obtener una pomada con la que curar a su hijo, tan arraigada era la creencia de que sanaba a los enfermos. A él se confiaron también la reina María Luisa de Saboya, María Amalia de Sajonia, esposa de Carlos III, y este mismo monarca, que hicieron llevar al santo a palacio en su enfermedad.

Aunque los restos de San Isidro han sido expuesto a lo largo de los siglos con distintos motivos, en los últimos años reposan en paz en el altar mayor de la Real Colegiata, venerados por los madrileños que cada año acuden en su fiesta, el 15 de mayo.

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