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un restaurante por y para áfrica

El rincón de Mandela en pleno corazón de Madrid

Maliki Bah, jefe de cocina y de 23 años, habla con la madurez que solo da una brega diaria contra el destino incierto: «Entre vivir o morir, pensé: "si muero, uno menos" y me metí en una patera tras cuatro meses cruzando toda África»

El rincón de Mandela en pleno corazón de Madrid REPORTAJE GRÁFICO: JAIME GARCÍA / isabel permuy

ÉRIKA MONTAÑÉS

Cantaba el grupo Amistades Peligrosas aquello de «el pecado de ser africanos en Madrid» y desde hace catorce meses en un pequeño rincón de la capital se ha transformado la letra por el «sueño» de ser africanos aquí. Para Maliki Bah, nacido en Mali hace 23 años, es un verdadero privilegio ser jefe de cocina y preparar con mucho mimo recetas africanas y carnes como la de cebra o gacela, entre otras, importadas desde el continente negro. Estos días, no obstante, el restaurante donde trabaja, «El Mandela», está de duelo. En una esquina de uno de los espacios más bellos de la gran urbe, a escasos metros del majestuoso Teatro Real, se esconde este coqueto local con un nombre que adquiere tintes de historicidad estos días. Dentro, un retrato de «Madiba» con un lazo negro preside el salón que dibujan solo unas pocas mesas. La iconografía de África está en cada detalle: cuadros hechos a mano por ciudadanos de Mali, Camerún, Senegal, Guinea Conakry. .. Nigeria está presente en una escultura de elefantes que mira en sentido oblicuo desde la pared. Una madre abraza a su retoño desde otra repisa. África se respira en los cuatro costados.

«Esto es África en el corazón de Madrid», enunció en una primera visita el gerente del local. Como quien suelta un buenos días. Y es cierto, su esencia está. Y la del espíritu del líder «antiapartheid», también. Sus biografías, la de John Carlin por ejemplo, y tantas otras historias que ha inspirado durante sus 95 años de vida se entrevén entre los motivos de inspiración étnica.

Sobre la mesa se deposita una cerveza nigeriana «Star» y un dulce té maliense «Kenkalibá». Los responsables de la buena marcha del establecimiento explican cómo este lugar no da beneficios, no ha sido concebido para ello, y en caso de que los diera, no irían a parar a un bolsillo propio. «El Mandela», que debe su nombre al reo que tras 27 años en el penal de Robben Island dio una lección de dignidad al mundo y se convirtió en símbolo de la lucha contra la desigualdad social, es el epicentro de un proyecto de inserción social y de promoción del empleo para africanos que viven en Madrid. Una iniciativa aupada por una sociedad mixta (hispanoafricana) de la fundación jesuita San Juan del Castillo que nació para que ciudadanos negros como Maliki y sus compañeros camareros y becarios en prácticas del oficio de la hostelería no se sepan distinguidos por el tamiz profundo de su piel. Y hallen la oportunidad para darle un poco de color a su vida.

Maliki se fue, pero no se va

Maliki Bah sirve el té de su tierra. Tiene 23 pero por su boca habla casi un anciano, un adulto que se sabe vivido. La veteranía que da llevar bregando desde los 7 años con el oficio de pastor de ovejas y vacas en Mali, y tener que saltar de país (de Mali a Mauritania) en busca de algo de alimento . La madurez de quien es todavía un niño y que a los 12 convenció a sus padres y a uno de sus hermanos (que llevaba tres años residiendo en España) de que él quería pasar voluntariamente por esa experiencia. Se lanzó a la carrera del sueño europeo. Y echó a andar. Su viaje fue largo, intenso, estuvo cuatro meses atravesando países de África como quien brinca de piedra en piedra para atravesar el cauce de un río.«Entre vivir o morir, pensé: si muero, uno menos y me metí en una patera»« Entre vivir o morir, pensé: si muero, uno menos, y salí de Mali con un grupo de personas. Al llegar a Marruecos, me metí en una patera y pensé: entre vivir o morir...». Ahí estaba Maliki, un diminuto púgil contra un presente incierto, solo acompañado por otro menor en la barcaza que trasladaba a 25 personas y cuyo motor estalló a pocos kilómetros de la costa. «Vagamos sin rumbo desde las 18.00 horas de la tarde hasta las 5.30 horas de la madrugada del día siguiente, rescatados como fuimos por un helicóptero de la Guardia Civil española. Había abuelos, mujeres llorando... y yo estaba como si tal cosa, como si no fuera a pasar nada». Al llegar a la frontera, pensé: "Entre vivir o morir, si muero, uno menos", y me metí en un camión encerrado con otros menores para llegar a España».

Así, tan explícita y claramente y con esta ligereza se expresa este chaval que confiesa querer quedarse en nuestro país «sine die». No tiene fecha de retorno a Mali donde no sabe exactamente el número de hermanos que tiene («somos como diez», afirma), aunque lo que sí tiene es un destino que se construye día a día: «Tú eliges tu futuro, aunque te levantas cada mañana y no puedes decidir qué te deparará ese día». Dice que es una sorpresa lo que te encontrarás a la zancada siguiente, que cada uno tiene su suerte en la vida y la suya quiso traerlo hasta este recodo a aprender recetas originales de distintos países de su continente y servirlos en otro. Lección de vida tras otra de coraje.

Maliki embelesa por su frágil apariencia y por cómo se robustece mientras prosigue con la síntesis en pocos minutos de una forjada historia vital: «Daría para muchos días, aunque se puede resumir en que mi hermano estaba en Barcelona, fui a trabajar ahí, luego me enteré de que en este país no pueden trabajar los menores. Y al ir a coger aceituna a Jaén, me desalojaban de las furgonetas por mi edad, así que pasaba muchos días sin nada para comer». Maliki esboza dos sonrisas. Una cuando comenta que tiene novia guineana en Madrid: «Si no fuese negro, verías como me pongo rojo», bromea. En su relato también se alegra al recordar a una mujer en Jaén que lo acogió, que a día de hoy sigue visitándolo en Madrid para traerle ropa o para interesarse por su salud, y de la que no sabe ni su nombre. «Yo la llamo solo mamá», pero fue la solidaridad española de la que no tiene queja este subsahariano la que lo condujo un día en un autobús hacia la gran capital.

Detrás deja el periplo por centros de inmigración en Canarias y por varios centros de acogida también en Madrid. «Ha sido mi cabezonería la que me ha salvado. Siempre me decían qué hace un menor aquí, que tendría que regresar a Mali, pero continúe»... Hasta dar con sus pasos en el centro de capuchinos de El Pardo de Madrid. Y fue en este lugar donde le dieron a elegir su futuro, como quien abre una baraja de naipes y te da una: mecánica, hostelería... Ahora prepara platos como el fufu con sopa de akro como el que se sabe bueno en su oficio. «No puedes buscar excusas a tu futuro». Fueron sus ganas de salir de África para encontrar algo mejor, más allá de los veinte euros más o menos con que tenía que pasar allí el mes y muchísimo esfuerzo, las que marcaron su suerte. Y la del restaurante Mandela, que a miles de kilómetros del lugar donde reposan los restos de su figura prepara algún homenaje especial por quien siempre será un símbolo de África . «Alguien cuya lucha nos mueve a todos», ultima Maliki.

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