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El Greco en la intimidad: La vida privada de Doménikos Tehotocópuli (II)

Una mujer con la que no llega a casarse, Jerónima de las Cuevas, un hijo natural habido de esta relación, Jorge Manuel, y un hermano mayor

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Los vínculos familiares de El Greco sabemos que son: una mujer con la que no llega a casarse, Jerónima de las Cuevas, un hijo natural habido de esta relación, Jorge Manuel, y un hermano mayor que convive con la familia durante algún tiempo hasta su muerte.

Jerónima de las Cuevas

Como dato indisputablemente histórico, sólo es admisible que, en Toledo, El Greco trabaría lazo afectivo con Jerónima de las Cuevas. Mujer, amante o musa, nada sabemos. Sobre el origen y el final de esta relación, y sobre la naturaleza misma de esta unión, la historia nos aboca a la sima profunda del vacío de datos, una constante en la biografía de nuestro pintor. Se especula con un inicio de relación que dataría de los albores de la presencia de El Greco en nuestra ciudad . Sea como fuere, fruto de ese vínculo, nació Jorge Manuel en 1578. Al ámbito de las especulaciones pertenece también el linaje de doña Jerónima, dama principal para unos y mujer de sangre morisca para otros. Carecemos, igualmente, de datos que certifiquen el matrimonio entre ambos, y esa es la única premisa sobre la que cabe aventurar un matrimonio pasado del que, por lo demás, nada permite atestiguar que se produjera en la vida de El Greco. Pese a ello, no ha faltado quien ha completado la historia con un supuesto desliz de juventud entre los amantes que habría conducido a doña Jerónima a un convento, episodio que, hasta la fecha, no sobrepasa el umbral de la conjetura.

En cuanto a la que es la única mujer de la que tenemos constancia de que forma parte de la vida de El Greco, sabemos de su existencia por el poder que el pintor testó a su hijo en 1614. En él, viejo y enfermo, declaraba su imposibilidad de «... hazer ni otorgar ni hordenar mi testamento» y afirmaba que «...tengo tratado e comunicado con Jorge Manuel Theotocopuli mi hijo y de Doña Gerónima de las Cuevas, que es persona de confianza y de buena conciencia lo que cerca de ello se a de hazer». Y aquí concluyen los testimonios que conocemos sobre Jerónima de las Cuevas como mujer de El Greco.

El Greco, pater familias

La vida de El Greco está estrechamente asociada a la de su hijo Jorge Manuel. El propio nombre de su único vástago conocido nos da noción del propósito de perpetuar la memoria de su linaje, pues el nombre del hijo responde a los del padre, Jorge, y del hermano, Manuel.

De lo que no hay duda es de que Jorge Manuel era hijo natural, al que el pintor se refiere, en las pocas menciones expresas con las que contamos, como «sobrino», designación de época que indiscutiblemente lo sitúa como hijo nacido fuera del matrimonio.

El profundo cariño, la ocupación y la preocupación que le despertara su hijo a lo largo de toda su existencia es, por oposición a todo lo antedicho, nítidamente perceptible a lo largo de la vida de El Greco. Un orgullo paterno-filial debió de inspirarle la inclusión del joven Jorge Manuel como paje en El entierro del conde de Orgaz.

La propia trayectoria vital y artística de Jorge Manuel habla elocuentemente del celo con que el padre se dio a proteger al hijo, a responsabilizarlo en actividades laborales que pudieran reportarle el sustento –es miembro del taller paterno desde 1597, donde signa los contratos en corresponsabilidad con el padre– y el prestigio –su lugar destacado en la historia de la arquitectura es indudable–.

Lo que nos revelan estos pocos apuntes es que El Greco fue siempre un padre entregado, protector y cabal, lo cual queda ratificado en el hecho de que el hijo jamás abandonaría el hogar paterno, ni siquiera tras contraer matrimonio y tras nacer su hijo, Gabriel de los Morales.

De lo expuesto y lo estudiado, nosotros extraemos la conclusión objetiva y verídica de que: El Greco no llegó a casarse en Toledo; Jorge Manuel fue su único y lo fue natural, la madre de este hijo se llamó Gerónima de las Cuebas.

El Greco: concepción de la amistad

Si la amistad fue para nuestro artista un valor que formara parte de su escala de principios y que gozara de primacía en su universo emocional, o que fuera más bien un medio por el que abrirse paso en la intrincada senda de los mecenazgos es otra disyuntiva que no podemos reducir a una afirmación taxativa. Razones hay para aducir a favor de cualquiera de las dos alternativas.

Giulio Clovio, el grabador dálmata al que El Greco conocería en Venecia, constituye, por sí mismo, un caso que parece esclarecer la cuestión decantándola por la primera de las opciones. En otros artículos, hemos dado relación del vínculo que unió a ambos artistas y de cómo Clovio recomendó a nuestro pintor a los Farnesio, con términos muy encomiásticos. ¿Qué ganaba Clovio con ello? Nada, salvo obedecer a los dictados de su afecto y ser fiel a la convicción de que El Greco era un artista sublime. Todo hace pensar, por tanto, que, entre los dos creadores brotó una amistada sincera, profunda y entrañable

El de Clovio no es un caso aislado en la vida de El Greco. Pese a que concluyéramos que se definió por un natural dado más a la curiosidad intelectual y a la contemplación estética que a las pasiones afectivas, es indudable la perennidad de algunas de sus amistades, como la que le vinculó a Luis de Castilla, primer intercesor de sus trabajos en Toledo, a quien profesó un sentimiento de una solidez tal que resistió los sinsabores de los litigios con que defendió su condición de artista y sus ambiciones pecuniarias, desde los pasajes prologales de su estancia en nuestra capital (recordemos que El Expolio y La Trinidad del retablo de Santo Domingo el Antiguo fueron los dos primeros encargos que el Cretense abordaría en nuestra ciudad a instancias de don Diego de Castilla, deán de la catedral toledana y padre de Luis). Llegado el momento postrero, cuando nombró heredero universal de todos sus bienes a Jorge Manuel, designó entre sus albaceas a don Luis de Castilla . Es indudable, por tanto, que más allá de la protección o de la intercesión de que pudo gozar por parte de don Luis para suscribir nuevos contratos y para la trabazón de nuevas amistades con un carácter –digamos- pragmático – véase su galería de retratos y las personas con que se relacionó en las academias literarias que frecuentó en nuestra ciudad, fue la gratuidad de lo afectivo lo que le unió a Luis de Castilla.

Las relaciones humanas que sostuvo a lo largo de su vida constituyen, en suma, toda una perspectiva desde la que apreciar -veladamente, como todo lo que tiene que ver con su vida-, un rasgo esencial del carácter de nuestro artista. Restaría, no obstante, hacer un repaso de las personas que conformaron su equipo de trabajo, su taller, al margen de Jorge Manuel. La relación con algunos de ellos es también muy reveladora de la concepción que El Greco tuvo del trato afectivo; sin embargo, por su especial interés, trataremos este asunto en un artículo específico.

La singular relación con Francisco Preboste

Francisco Preboste, nacido en 1554, fue compañero de El Greco durante gran parte de su vida. Lo más seguro es que ya fuera su ayudante desde los tiempos en que el pintor estuvo en Roma y que viniera ya con él de Italia. Lo que es seguro del todo, pues está documentalmente probado, es que se le nombra como «criado», pues en un documento de 1601, El Greco da poder a «Francisco Prebostre (sic) su criado» para que fuera a Illescas a realizar unos cobros. También aparece en numerosos documentos como testigo. Parece fehaciente que este criado que le acompañó siempre ejercía también como colaborador en el taller del artista y como artista él mismo, pues en cierto documento El Greco le concede un poder para que en su nombre «tome a hacer cualesquiera retablos u obras de pintura y arquitectura». Y además de en el arte, también oficiaba como socio y representante que se encargaba de alguna parte de los negocios. En los últimos años de la vida de El Greco, a partir de 1607, ya no figura Preboste a su lado y se ignoran las causas de esta separación.

Lo que sí afirmamos, contra alguna opinión publicada, es que haya algún indicio o documento de los que pueda colegirse que este tal Preboste fuese amante del pintor y, por tanto, llegar a pensar que El Greco fuese homosexual, cuestión que no valoramos nada más que en su literalidad y no en el modo de entender la vida como cada persona, en tiempos del Greco o en los nuestros, estime oportuno.

Cuanto podamos añadir sobre estos asuntos forma parte de lo virtual, y su fundamento se reduce a las observaciones, por demás genéricas, que hicieran algunos coetáneos acerca del carácter de nuestro pintor. Así, sobre su prodigalidad para satisfacer su propensión al refinamiento estético y al disfrute de los placeres, nos informa el pintor aragonés Jusepe Martínez, que atestigua que «ganó muchos ducados, pero los despilfarró en una vida ostentosa; incluso mantenía a músicos asalariados en su casa de modo que pudiera gozar de todos los placeres mientras comía». Francisco Pacheco sostuvo, desde una postura elogiosa que «era extraordinario en todo, y tan extravagante en sus pinturas como en sus costumbres». Es fácilmente deducible que tales testimonios no alcanzan a comprometer un juicio aseverativo acerca de la vida amorosa de nuestro pinto r. Sin embargo, no es fácil tampoco asentir resignadamente ante la ausencia de noticias de mujeres que pudieran haberse cruzado en la vida del Cretense y restringir este capítulo de su biografía a la idea de su probado hieratismo.

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