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Degradación, suciedad y pintadas en la Plaza de España de Madrid

Edificios fantasma, mendigos, robos, botellón y «okupas» simbolizan el ocaso de este emblemático enclave

Degradación, suciedad y pintadas en la Plaza de España de Madrid DE SAN BERNARDO

CARLOS HIDALGO

La plaza de España nunca ha sido el rincón más bello de Madrid, pero sí uno de los más transitados, visitados por los turistas e incluso emblemáticos, por su estratégica situación geográfica, nudo de conexión entre la Gran Vía y la calle de la Princesa. Sin embargo, desde hace un tiempo, este icono del otrora Madrid próspero ha caído en un declive del que, cada día que pasa, más difícil parece que vaya a ser posible sacarle: suciedad, pintadas, edificios fantasma, okupas, mendigos, delincuencia y botellón son ahora el común denominador del enclave.

Ocho y cuarto de la mañana y más de treinta rumanos llegan en autobús hasta la Cuesta de San Vicente. Una vez apeados, su primera parada es la cafetería Starbucks del esquinazo de Plaza de España con Gran Vía. «Se toman un café por allí y luego se reparten por los semáforos de la zona. Son mendigos procedentes de la zona de la Cañada y El Gallinero», explica un policía nacional que presta servicio en la zona.

Ese, el de los pedigüeños, es probablemente el problema más importante de la zona. Su «área de influencia» llega hasta la calle de Arriaza, la plaza de Ópera, la calle de Bailén, Palacio Real y, cómo no, el subterráneo de la Cuesta de San Vicente. Otro funcionario policial, éste del Cuerpo Municipal, reconoce que la plaza de España «es un punto emblemático de la ciudad» y que esa imagen no aporta, para nada, algo bueno a los muchos turistas.

Efectivamente, también en un día festivo es fácil ver cómo, a la una de la tarde, una veintena de mendigos se reparten por los bancos de la zona. No se sientan; directamente se acuestan en ellos, con todas sus pertenencias amontonadas en un carrito a los pies.

En una punta, la más cercana al paseo del Pintor Rosales, pernoctaban antes en un pequeño pasadizo subterráneo. Era tal la inmundicia que allí se amontonaba, que el Ayuntamiento decidió cerrarlo. Y así sigue. Cerrado, pero también con inmundicia. «Lo utilizan como cuarto de baño –nos explica Gustavo, un quiosquero que lleva trabajando allí diez años–.

Eso sí ambas fuentes inciden por separado en lo mismo: no es un punto de especial criminalidad; no hay más delitos que en otros puntos del centro similares, como puede ser la Puerta del Sol, por ejemplo. La palabra, insisten, es «degradación». Y a varios niveles.

Descuideros

Eso sí, existen descuideros, que se centran, sobre todo, en los turistas. «Tenemos allí un puesto de vigilancia permanente, todos los días, sobre todo en los turnos de mañana y tarde», agrega un agente municipal.

Óscar y Saray son una pareja joven, oriunda de Santa Cruz de Tenerife. Él critica de la plaza «las pintadas, que afean el alrededor». «Ver las esculturas de El Quijote y Sancho con grafitis no es algo muy agradable», afirma. Su chica no para de agarrarse el bolso. «Es que me han comentado que aquí roban mucho, sobre todo en el Metro», dice Saray.

«Uno de los problemas es que existe menos actividad peatonal. El hecho de que haya varios edificios abandonados no ayuda», explica. Buena prueba de ello son los altos dos inmuebles que hay junto a la calle de Leganitos. Estuvieron tomados por «okupas» durante varios meses. Y han dejado hasta ahora, pese al desalojo, su marca. Los bloques se encuentran pintarrajeados de arriba a abajo. Fueron adquiridos por una empresa, VP Hoteles, que ha tapiado todos sus accesos, para que no vuelvan a ser usurpados.

En el flanco principal del lugar, preside la plaza el imponente edificio España, que hasta 2006 deslumbraba con los oropeles del impresionante Hotel Crowne. Hoy es un esqueleto de 25 plantas y 117 metros de altura. En verticalidad, sólo le hace competencia, desde una esquina, la Torre de Madrid , de 142 metros. Este inmueble, tan de moda como su vecino desde los años 60 hasta el final del siglo XX, sí ha sido sometido a una reforma y alberga viviendas.

En su misma acera, un poco hacia adelante, en dirección a Pintor Rosales, el callejón de Emilio Jiménez de Millás desemboca en una pequeña plaza, donde cada fin de semana se hace botellón. Los jóvenes buscan allí más «intimidad» de cara a la Policía Municipal, que patrulla viernes, sábados y festivos la zona en horario nocturno para atajar el serio problema que se ha generado por el consumo de bebidas alcohólicas. Los municipales instalan patrullas fijas esos días.

A la mañana siguiente, los empleados del servicio de limpieza municipal se afanan en lavarle la cara a la zona. «Cuando llego aquí a las 10 de la mañana, para trabajar, siguen limpiando», explica un comerciante.

El problema es que suciedad impera a todas horas, añade: «Los rumanos y los mendigos se orinan por todas partes y también defecan ahí mismo, detrás del puesto. Me parece una pésima imagen para los turistas que vienen tenerles que responder, cuando me preguntan dónde hay un baño público, que deben ir a un bar a hacer sus necesidades».

Ana y David, otra pareja, se lamentan de la situación: «Es una pena cómo está la plaza de España. Para mí [explica él], lo peor son las pintadas». Ella, como en el caso de la chica canaria, asegura que camina «con vista y con el bolso en bandolera, hacia adelante. Y si veo algo extraño, me cruzo de acera». Aunque siempre hay visiones más optimistas. Cristina, una joven cordobesa que está con sus amigas de fiesta, opina: «Yo sí me siento segura. Y no la veo tan sucia. Eso sí, El Retiro está más limpio».

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