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Los Diablos de Luzón: el día de las bestias

La localidad de Luzón, ubicada a la vera del río Tajuña en la provincia de Guadalajara, alberga uno de los carnavales con más personalidad

Los Diablos de Luzón: el día de las bestias fotos: lucía gómez

Lucía Gómez

Algarabía, jaleo, guirigay y tintineo de cencerros. El silencio se rompe en el Señorío de Molina el sábado de Carnaval, pues por el pequeño y acogedor pueblo de Luzón se pasean unas bestias con grandes cornamentas, ataviados completamente de negro, con largas sayas y tiznados de una mezcla de aceite y hollín en las partes de su cuerpo visibles –cara, brazos y manos-. Dan saltos en los que sus enormes cencerros atados a la cintura, los llamados trucos y cañones, resuenan sin censar, marcando un libertino compás en su baile.

En la oscuridad de su pose solo destaca el blanco de sus ojos y su dentadura, elaborada a base de patata. Antes se hacía también de remolacha, más dulce, pero ante la escasez de este cultivo, según cuentan los mayores del municipio, ahora está hecha del tubérculo.

Estos diablos persiguen para manchar de hollín a todo aquel que no vaya disfrazado de mascarita. Éstas llevan la cara cubierta por un trapo blanco con unos agujeros destinados a los ojos, nariz y boca, llevando en la cabeza un pañuelo estampado. Visten trajes tradicionales y aunque por su condición no serán manchadas por los diablos, llevan una vara para defenderse.

Hace años esta fiesta se celebraba hasta cuatro días al año –el domingo, lunes y martes de Carnaval, y el primer domingo de Cuaresma-, ahora solo salen los diablos el sábado. En los años setenta y ochenta fue descendiendo su apego hasta que en los noventa se recuperó, contando cada vez con más participación. «Tradicionalmente eran los mozos lo que se disfrazaban de diablos, persiguiendo a las muchachas», pero como comenta Luis Javier López, teniente de alcalde del municipio, «una vez que se ha recuperado han empezado a vestirse mujeres y niños, eso nos permite que esa tradición no se vaya a perder, que lo van a seguir transmitiendo, lo que perdemos de tradicional lo ganamos en arraigo».

Los orígenes ancestrales de esta celebración no son claros y aunque se ha especulado sobre su relación con la Edad Media, no hay documentación al respecto que verifique cuándo se empezaron a disfrazar de tal manera en el municipio, siendo las fotografías más antiguas que se conocen de la fotógrafa Cristina García Rodero. Simplemente ha ido pasando de generación en generación hasta ahora. Aunque durante la dictadura franquista para celebrarlo había que pedir un permiso, se siguió celebrando, y hoy en día la tan afluencia de curiosos que se acercan a sentir el escalofrío de que un diablo corra tras ellos, le valió la declaración de Fiesta de Interés Turístico Provincial.

Este sábado, a pesar de la lluvia constante, los Diablos volvieron a salir, y a ritmo de cencerro y animados por dulzaina y tambor, la Plaza Mayor se llenó de manchas de hollín, mascaritas, vecinos y visitantes, para seguir haciendo honor a este misterio que rodea a las bestias y que llena de vida el frío final del invierno.

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